Cuando el Gobernador cruzó la calle desde su despacho para solicitar la colaboración del Alcalde en el tema de seguridad de la ciudad, seguramente los delincuentes que observaban el noticiero en su plasma robado se sintieron amenazados, tal como se siente un arquero cuando se acerca a su área un delantero alto y fornido con paso vehemente y decidido. Ese peligro sin embargo duró poco. Solo bastó escuchar la reacción del Alcalde para que todos notaran que el dialogo iba a ser infructífero. Nebot explicó varias de sus ideas con la claridad que lo caracteriza, pero condicionando su colaboración a la íntegra implementación de su visión. Era a su manera o no era. Diferente hubiera sido si sus condiciones hubieran sido propuestas, sin dejar de defenderlas con el ímpetu que se necesitaba en ese momento e incluso ante cualquier otra audiencia posterior si sus palabras hubieran construido un camino para eso. El tenso encuentro concluyó con un estrechón de manos frágil, solo a la espera del enlace sabatino siguiente para terminar de resquebrajarlo. Llegó el sábado y si algo positivo había quedado de aquella reunión entre Cuero y Nebot, nuestro Presidente se aseguró de desintegrarlo. Culpó al modelo de desarrollo guayaquileño de los problemas de inseguridad de la ciudad, responsabilizando a su nueva fuente preferida del mal: el socialcristianismo. En aquel enlace se aseguró de no dejar notar ninguna coincidencia con él. Luego de unos días remató su envestida con una cadena nacional animada por aquella ya clásica y tenebrosa voz de fondo para aniquilar a los administradores socialcristianos de Guayaquil de los últimos años, y de inmediato minimizar el auge delictivo actual recordando crímenes similares ocurridos antes del inicio de su gobierno. Toda una campaña destructiva que no aporta en nada al combate contra la delincuencia. A Nebot y a Correa pareciera importarles más sus argumentos personales que nuestro destino, como si sus verdades fueran más sagradas que nuestras vidas. La experiencia de Nebot y el poder político de Correa combinados serían una plataforma ideal para ganarle la batalla a la delincuencia.

Dentro de toda esta frustrante bulla política se escuchan ideas que sí tienen sentido sin importar de dónde vengan. No es lo mismo para un delincuente saber que sus delitos lo pueden encerrar a cincuenta años que solo a dieciséis. No tiene sentido que alguien que acumule delitos no acumule años en la cárcel. Existen asambleístas que no apoyan la idea de acumulación de penas. Seguramente si por cada muerto se le restara de manera acumulativa los votos en la calle, pensarían distinto. Solo los afanes electorales suelen ser más fuertes que las jaulas ideológicas. Tampoco tiene sentido que liberen a un preso al año por no tener sentencia, más sentido tiene que las reformas vayan dirigidas a asegurar que las sentencias no tomen tanto tiempo en llegar. Personajes incapaces de anteponer el bien común sobre sus visiones personales deberían alejarse de la política, más aun en países tan incivilizados como el Ecuador. Esto lo deben tomar muy en cuenta todos los políticos, en cuyas manos está la opción de dar su apoyo a exterminar a este enemigo en común que tenemos todos los ecuatorianos.