Una Nueva Evangelización es tema en que insiste la Iglesia católica. Paulo VI recogió sugerencias de un Sínodo en la Exhortación ‘Anuncio del Evangelio’ (EN). Juan Pablo II renovó orientaciones. Benedicto XVI, para que lo preparemos reflexionando y orando, anuncia la convocatoria a un nuevo Sínodo sobre evangelización, I ¿Por qué sigue siendo indispensable una evangelización renovada? II ¿Qué medidas habrá de adoptar el nuevo Sínodo para generar mejores resultados?
I He aquí reflexiones iniciales, para corregirlas y completarlas.
1) La realidad sociocultural cambia vertiginosamente; tiene luces y sombras nuevas. Debemos esforzamos en (re)conocerla, en tenerla en cuenta.
2) Hay necesidad de aceptar que ninguna evangelización es acabada; que no “somos un país hondamente cristiano”.
El origen de nuestra evangelización tuvo luces y sombras del Patronato regio, que facilitó y también condicionó la evangelización. En los primeros siglos los misioneros debían conocer la cultura de los pueblos originarios. Ellos iban a los nativos. Esos misioneros nos han dejado los datos reales de su cultura. La evangelización no llegó a “impregnar las culturas, sin esclavizarlas” (EN 14). Cuando aún la evangelización influía poco en los criterios de juicio, en los puntos de interés, en las “fuentes de inspiración” (EN 19), los misioneros salieron menos a buscar, comenzaron a esperar que los nuevos cristianos acudan al “despacho parroquial” para recibir sacramentos. Desde entonces se da más atención a los sacramentos que a la evangelización.
3) Los misioneros, influenciados por la idea de que lo europeo era el modelo de lo humano, presentaron a Cristo con vestido hispano. En consecuencia, nuestro cristianismo tiene una dosis de sincretismo.
4) La Iglesia no llegó como comunidad integrada por todos los bautizados; llegó reducida a clero. Numerosos laicos meros espectadores y algunos clérigos funcionarios poderosos, aislados, reacios a una formación permanente o dedicados a tareas más propias de laicos –opino– son la mayor debilidad de la Iglesia católica. El clericalismo comenzó a debilitarse a raíz del Concilio. Los laicos participaron con voz y voto en el proyecto de Declaración Programática de aplicación del Concilio en 1967. Aisladas oscuridades en doctrina y acción sirvieron posteriormente de pretexto para seguir la dirección del péndulo y no del Evangelio. Hemos llegado, en palabras del cardenal Ratzinger, “a un gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia, en la cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando”. Desgastada la fe, los cristianos: –No podemos disipar la oscuridad del consumismo, que hace de las personas cosas encerradas en sí mismas para un uso fugaz sin perspectivas. –No podemos crear un ambiente sano, solidario, limpio de la multiforme corrupción. –No podemos anunciar al Dios Amor, que quiere se le honre, sirviendo a la humanidad.
“El Sínodo ha de tener en cuenta que la cuna de los compromisos, fruto del amor a Dios y al hombre, es una humanidad originalmente debilitada. Ha de guiar a compromisos concretos, ineludibles, evaluables, para que lleven al conocimiento y amor al Evangelio vivo, que es Jesucristo”.