Cuando Sir Isaac Newton hacía experimentos para comprobar su luego mundialmente conocida tercera ley, la aparición de Hugo Chávez en la política le hubiera venido perfecta como un ejemplo muy didáctico. Este inquieto físico e inventor inglés publicó entonces tres leyes que son consideradas junto con el trabajo previo de Galileo como la base de la mecánica clásica. La tercera de ellas se la conoce como la Ley de la Acción y Reacción. Dicta así: "Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria: o sea, las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en direcciones opuestas". Sir Newton también era reconocido como filósofo. Su tercera ley lo pudiera haber hecho también un excelente analista político en nuestra época. Hugo Chávez es producto de una reacción del pueblo venezolano que estaba harto de las acciones de los presidentes que los habían gobernado antes. Entrar a Caracas desde el aeropuerto de Maiquetía entristece, antes y después de Chávez. Que un país como Venezuela, que debe ser una de las geografías más bendecidas del planeta, tenga alrededor de su capital un cinturón de pobreza tan abrumador, es una muestra desgarradora del egoísmo humano. Tanto dinero que ha fluido por las arcas de ese Estado por tantas décadas, y no haber evitado tanta miseria, solo tiene explicación en la corrupción y la codicia de sus gobernantes.

Cuando un país descuida a su sector social, lo único lógico es que se produzca una reacción de igual magnitud pero en sentido contrario. Hugo Chávez transmite un mensaje de revancha del pueblo frente a los ricos, y su pueblo lo ha escuchado. Lo ha venido eligiendo seguramente porque no recuerda un pasado mejor. Antes ya eran pobres y olvidados, y creían que no había mucho que perder. Por lo menos ahora el comandante los consiente y les entrega dineros y atenciones básicas. Todo sostenido por el insostenible dinero del petróleo. El pueblo venezolano –como muchos pueblos de la región harían– se dejó convencer como aquella adolescente que nadie saca a bailar, y de repente se emociona con la mínima de las atenciones. Un pueblo olvidado, sin educación ni salud, y sin oportunidades, es un pueblo que está solo esperando una invitación a un cambio radical. Se convierte en tierra fértil para lo absurdo. Los hace seguir a un líder que critica el capitalismo cuando su revolución sobrevive justamente por el sistema capitalista mundial, que le compra su petróleo todos los días. Apoyan a un gobierno que se da incluso el lujo de despreciar con actitud suicida al emprendimiento privado. Su pueblo le soporta que pretenda ser su presidente toda su vida. Le aguanta que en los últimos meses haya dado pasos frontales hacia un sistema comunista, donde nadie será rico sino solo el gobierno, es decir, él. Jeque o emperador serían términos que describirían con más precisión a un jefe político de una Venezuela comunista. Su gente aún aplaude a un presidente que tiene fusionado al pecho un micrófono, como si estuviera todo el tiempo encima de una tarima. Su revolución durará lo que le dure la arrogancia del petróleo, y eso puede ser demasiado tiempo y dinero perdido. Que Chávez sea presidente todos esos años no es culpa de él, es física pura.

La tercera ley de Newton nos enseña que no podemos volver a elegir gobiernos que carezcan de conciencia social, ni tampoco podemos volver a elegir gobernantes que desprecien el emprendimiento privado y las libertades individuales. No necesitamos que nos empujen para la derecha, ni que nos arrastren hacia la izquierda. Necesitamos simplemente caminar de la mano con gente honesta hacia adelante.