Un mundial de fútbol en África tiene un simbolismo que quema. Cuando uno piensa en África, piensa usualmente en niños agonizando de hambre con sus cabezas gigantes y cuerpos que brotan huesos. Pensamos en su mágica vida salvaje. Y nos perturba recordar las atrocidades que han pasado en países como Somalia, Ruanda y la misma Sudáfrica. Es un mundo que parece a simple vista pertenecer a otro mundo. Incluso el color de su gente es único, solo sus mismos descendientes pueden lograr ese tono tan intenso. El Mundial es el evento más esperado y con más televidentes de todo el mundo. Tuvieron que pasar ochenta años para que su sede toque tierras africanas. Para movimientos sociales como Global Campaign for Education (GCE) la exposición y atención mundial que África tiene en estos días es una oportunidad de oro que no pueden desperdiciar. Ellos han lanzado una estupenda campaña llamada One Goal: Education for All (www.join1goal.org) cuyas sobrecogedoras cuñas se las puede ver durante las trasmisiones internacionales de los partidos, donde anuncian su meta de educar a setenta y dos millones de niños hasta el 2015 en varios países del mundo, principalmente en aquellos ubicados en África. La meta es lograr que para entonces no existan niños en ninguna parte del mundo que no hayan podido terminar la primaria. GCE trabaja a niveles gubernamentales y privados para que esta meta sea un compromiso de todos. Y el fútbol está colaborando como un promotor crucial a esta causa universal. Que la FIFA le haya otorgado la sede del Mundial de Fútbol a un continente históricamente tan olvidado como el africano, es un intento de compenetración de la humanidad que no se puede dejar de reconocer. Nos acerca al mundo entero. Nos abre los ojos a todos. Nos recuerda partido a partido que existen, por si lo habíamos preferido olvidar. No es lo mismo vivir este evento en un país de Europa como Alemania, lugar que está acostumbrado a recibir elogios, reconocimientos y oportunidades de todo tipo, que vivirlo en un país ubicado en África. Basta con ver las sonrisas en los rostros de las personas que asistieron al concierto de preinauguración, para notar en ellas una ilusión que solo puede verse a menudo en los niños cuando reciben un regalo. En ese concierto se disfrutó música desde americana, hasta africana pasando por ritmos latinos. Ver cómo una colombiana logra hacer brincar a una multitud africana, nos hace notar que no somos tan distintos a ninguno de ellos. No recuerdo un tema oficial tan emotivo como la canción de este Mundial. Shakira la interpretó con una belleza y una energía estremecedora. Se fusionó en un solo baile con mujeres africanas con una credibilidad que emociona. Colombia debe estar muy orgullosa de ella. Aunque alguien de su confianza debería pedirle que nunca más vuelva a interpretar su canción de la Loba. Por lo menos no en público.

Esa debe ser la peor canción de su admirable historia discográfica. Solo le ha servido para demostrarnos que su amplio talento también le permite bailar lo que sea con sus caderas de carrusel. África como motivo principal de un evento como este, brinda posibilidades de ambientación y representación infinitas. Sus animales, sus tambores y sus colores, nos llenan las pupilas, como cuando vimos el Rey León. La integración, el aprecio y la aceptación entre culturas es la única garantía de una convivencia pacífica a largo plazo en un mundo acostumbrado a segregar. La FIFA ha dado un paso emblemático, el resto ya depende de nosotros.