Le ofrezco un premio a quien me diga qué tienen en común todas estas personas: Woody Allen, Bill Gates, Steven Spielberg, Al Gore, Keanu Reeves, Daryl Hannah, Ludwig van Beethoven, Albert Einstein, Wolfgang Amadeus Mozart, Isaac Newton, Vincent Van Gogh.

¿Se rinden? Todos fueron diagnosticados o se sospecha que eran Asperger.
El lector seguramente conoce a alguno. Son más bien callados, descuidados en su forma de vestir, algo torpes en sus gestos, demasiado francos. Le pueden decir a una persona que acaban de conocer que huele mal y ni siquiera se darán cuenta de que la han ofendido.

Su nivel de inteligencia suele estar por encima del promedio. Nos aburren siempre con su tema de conversación favorito, que no son el fútbol, ni la moda, ni los famosos, sino dinosaurios, filosofía o historia de la música.

Los chicos los llaman “nerds”, un poco por envidia y un poco porque no los entienden.

Los científicos no se ponen de acuerdo en qué consiste ser Asperger. Algunos creen que es simplemente una forma distinta de ver el mundo, un tipo especial de personalidad. Otros consideran que es un trastorno del desarrollo. Y no falta quien los compare con los autistas. Pero casi todos los que conocen del tema coinciden en que su aporte a la sociedad será incalculable, como lo demuestra la lista que transcribí al inicio.

Pero existe un problema. La sociedad los discrimina. No por odio sino por desconocimiento.

De niños, los maestros se desesperan porque no actúan como ellos quisieran, piden muchas explicaciones, no atienden cuando la clase es aburrida y hasta pueden corregir al profesor cuando se equivoca.
De adolescentes, pueden ser objeto de burlas de sus compañeros porque no acatan las reglas del grupo ni entienden los códigos de los jóvenes.
De adultos, chocan con sus colegas porque son demasiado francos y sin inmutarse le dirán a usted en la cara que lo que ha dicho es una tontería (y muy posiblemente tendrán la razón).

Lo terrible es que la discriminación social puede transformar lo que no es sino  una forma distinta de ser en fuente de verdaderas enfermedades: depresión, ansiedad, agresividad exagerada, introspección.

De allí que sea muy importante que padres y maestros sepan descubrir los primeros síntomas en el niño Asperger, para que su proceso educativo se adapte a su particular forma de ser. Cuando eso ocurre, el niño Asperger se transforma en un adulto exitoso. Por eso en Europa y Estados Unidos las escuelas ya han comenzado a reconocer la importancia de aprender todo lo que se relacione con ellos.

En días pasados, pude leer en este Diario varias cartas de madres de familia que reclaman que el Estado y las instituciones educativas del país, mayoritariamente, revelan una absoluta ignorancia sobre la condición Asperger. Eso implica que seguramente hay decenas de Einstein, Bill Gates y Steven Spielberg ecuatorianos a los que nunca descubriremos. Son niños que sufrirán mucho. Sus padres también. Pero sobre todo perderá el país porque no aprovechará sus talentos.