Espero que Mr. Google nos conduzca de la mano para entender o refrescar viejos conceptos. Para los más jóvenes, Parménides y Heráclito no son filántropos ni funcionarios públicos, peor narcotraficantes; son de esos seres que un buen día aparecen y dejan para la posteridad acciones, pensamientos, teorías,  axiomas, etcétera, de enorme importancia para la humanidad; esta, en recompensa, graba sus acciones y las proyecta al futuro, inmortalizándolas.

Heráclito encumbró el cambio como motor fundamental de todas las grandes transformaciones de la naturaleza; fue él quien dijo que nadie se baña dos veces en las mismas aguas de un río. El agua que cubre el lecho del Pastaza está en un continuo devenir, “está siendo” cada instante diferente. Esta forma de cambio entusiasma al filósofo y le lleva a reflexionar; Parménides prefiere la orilla opuesta.  Apoyados en estos criterios, delineemos cuestionamientos, comportamientos y actitudes:

-El cambio se hace realidad en la estructura interna de normas, leyes o instituciones que fueron creadas para responder a las exigencias de un determinado momento; instrumentos que al nacer, no siempre miraron hacia el futuro en su movilidad permanente sino que más bien quisieron, a través de nuevas normativas, congelar el statu quo para un determinado conglomerado humano; así, las leyes nacieron caducas, las normas no buscaron el progreso y las instituciones no encontraron en esos cambios un trampolín hacia el futuro.

-Como “ayuda memoria” –hábil recurso apreciado por nuestro ex presidente Osvaldo Hurtado– debiésemos tener sobre nuestro escritorio unos pocos renglones que nos recuerden que durante la década anterior al gobierno actual, todos quisimos y propusimos un cambio radical en Ecuador porque sencillamente la conducción política era desastrosa, los partidos políticos estaban carcomidos por sus propias superficialidades e irresponsabilidades y porque “Ecuador no iba más”.

-La ocasión propicia para un cambio de rumbo llegó; sin embargo, los comportamientos de quienes debemos cambiar –porque los cambios en primer lugar dependen de las personas: qué cambiar, por qué, para qué y cuándo hacerlo– distan mucho de ser ecuánimes, prudentes y lo suficientemente pensados. Dos errores: pensar de un lado que una agrupación política es la iluminada por los dioses para imponer su verdad, anclada en una mayoría relativa, de espaldas al resto del país; del lado opuesto, manifestaciones tercas y poco razonadas de rechazo sistemático de todo aquello que signifique transformación. Dos posiciones claramente negativas. El cambio requiere de la voluntad de toda la sociedad.

-La realidad de nuestra educación nacional, en sus diversos niveles, desde maternal a la universidad, debe cambiar. Se ha dicho hasta la saciedad que la educación es la llave que abre el progreso y la transformación de los pueblos. La educación requiere de maestros calificados moral y profesionalmente; la evaluación permanente a más de necesaria es indispensable; resistirse a ella con argucias y falacias solamente confirma su urgencia. En la universidad también existen tensiones saludables que conducen a cuestionar sus propias estructuras y su eficiencia académica. Quien se oponga a cambios profundos en el campo educativo, comete un craso error. Cordura, sensatez y valentía son bienvenidas.