Por un lado, los presidentes Hugo Chávez y Rafael Correa acuerdan la construcción de un gasoducto, y suscribirán varios convenios de cooperación: una escuela agroecológica, una fábrica de focos ahorradores y un tren eléctrico trasandino. Esto se suma a múltiples proyectos, alianzas y acuerdos previos. Venezuela es el pana del alma de nuestro Gobierno.

Por otro lado, existe la amenaza de que Brasil suspenda relaciones comerciales con Ecuador. El canciller brasileño, Celso Amorim, dijo que el comercio entre Brasil y Ecuador depende de que nuestro país pague el préstamo que contrajo para financiar la construcción de la hidroeléctrica de San Francisco, luego de que Rafael Correa ha expulsado a la constructora Odebrecht y amenaza con no pagar el préstamo.

Por alguna razón a este Gobierno le gusta andar con los relajosos del grupo. Con los presidentes que más escándalo hacen y más burlas provocan en la comunidad mundial. ¿Por qué hemos escogido estos amigos inestables y gritones, antes que el resto de gobiernos serios de la región que trabajan y avanzan en silencio?

Bienvenida la ayuda y cooperación que Venezuela ofrezca al Ecuador. Bienvenidos los beneficios que obtengamos de una cercanía con ese país y la inversión de sus petrodólares. El problema es que esa cercanía con Venezuela parece estar condicionada a nuestro distanciamiento con el resto de gobiernos.

Ayer nos peleamos infantilmente con Colombia. Ahora le toca a Brasil. Más allá de la forma como haya actuado la constructora Odebrecht, lo importante es que nuestro Gobierno respete la ley y no se deje llevar por emociones. De lo contrario, solo perdemos los ecuatorianos. Al desprestigiarse aun más nuestra imagen internacional. Al ahuyentarse la inversión. Al dañarse nuestras relaciones con el país más importante de la región. Como dijo el Ministro de Energía de Brasil, la decisión del presidente Correa de expulsar a la constructora Odebrecht es “una bravuconada que no lleva a nada y no fortalece las relaciones diplomáticas”.

Este Gobierno que critica a los políticos que eran muy cercanos con Estados Unidos y a los empresarios que centraron todas sus esperanzas en un tratado con ese país, ahora parece hacer lo mismo con Venezuela. Con el agravante de que Venezuela no es nuestro mayor socio comercial, su gobierno no es respetado a nivel mundial ni dentro de casa, y que esta cercanía con Venezuela se va convirtiendo en amistad exclusiva y excluyente.

Al final, todas estas peleas con empresas y socios comerciales nos pasan factura a los ecuatorianos. Con el caso Odebrecht, nos tocará pagar en un futuro no muy lejano. La empresa brasilera seguramente recurrirá a los contratos, demandará, ganará y finalmente los ecuatorianos tendremos que indemnizarla por las pérdidas y daños causados. Y cuando eso ocurra, Rafael Correa ya estará disfrutando de su jubilación presidencial.

No sé ustedes, pero se me hace que si el problema hubiese sido con una constructora Venezolana afín al gobierno de Chávez, Correa no la hubiese expulsado y habría llegado a un acuerdo inmediato. No podemos basar el futuro del país en bravuconadas y exageradas amistades pasajeras. Menos aún con la clase de amigos que este Gobierno maneja.