Usted, si no es experto en economía o por el simple miedo de no quedar como ignorante, asume inmediatamente que un superávit comercial es bueno mientras que el déficit, malo. Sin darse cuenta, ha sido víctima del dogma mercantilista que reza: “exportaciones = positivo; importaciones = negativo”.

Uno de los grandes errores de aquellos que han defendido la apertura comercial es que muchas veces no han defendido la otra cara de la moneda: Las importaciones también son buenas. Tanto detractores como muchos defensores del libre comercio suelen asumir que el comercio es un juego de suma cero en el que cuando unos ganan otros seguramente pierden.

Adam Smith denominó esta manera de pensar “mercantilismo”. De acuerdo a esta manera de pensar, el dueño del supermercado de su barrio se está aprovechando de usted, porque usted le compra más a él de lo que le vende y por lo tanto, debería de dejar de comprarle.

Un déficit en la balanza comercial implica un superávit en la cuenta de capitales y esto suele ser algo bueno para las economías en vías de desarrollo. De acuerdo al historiador económico Michael Bordo, los déficits comerciales acompañaron el desarrollo económico en países como Argentina, Australia, Estados Unidos y Canadá a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Esto tiene sentido ya que las economías en vías de desarrollo son países que requieren de harto capital para salir del subdesarrollo.

Los mercantilistas de hoy –ya sean estos conservadores o socialistas– creerían que si un país está creciendo a un paso acelerado probablemente debe tener un superávit comercial y viceversa. Sin embargo, en los últimos años Alemania y Estonia nos han demostrado exactamente lo contrario: En los últimos 12 años Alemania ha tenido una tasa de crecimiento promedio de 1,5% mientras que Estonia creció a una tasa promedio de 7%. Durante ese mismo periodo fue Estonia –no Alemania, como lo hubieran previsto los mercantilistas– la economía que experimentó un déficit comercial promedio de 7,3% del PIB (Alemania experimentó un superávit comercial promedio de 2,4% del PIB). Un déficit comercial no necesariamente es malo.

La balanza comercial que se interpreta como marcador de partido de fútbol no refleja la realidad de un mundo globalizado en el que los intercambios dentro y a través de las fronteras generan beneficios mutuos –sobre todo, para aquellos que anteriormente habían sido excluidos–. No dejemos que los políticos y analistas nos confundan y asusten con esa lectura de la balanza comercial.

Al final del día, los defensores del libre comercio debemos  repetir lo que decía John Stuart Mill: la única ventaja directa del comercio externo son las importaciones. Exportamos para poder importar. Esto es algo de lo que parecen olvidarse aquellos políticos y analistas que constantemente le declaran la guerra a las importaciones.