En Peña Colorada, donde se produce un encañonamiento natural de las aguas, una columna de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), gracias a la información vendida oportunamente por un  “camarada judas” y pagada con la moneda de curso legal que mantienen producto de la droga y el secuestro, emboscó con alevosía desde las dos orillas, es decir desde territorio ecuatoriano, a nuestros soldados y policías, y en una mortífera combinación de granadas autopropulsadas  soviéticas (RPG), fuego de ametralladoras pesadas, morteros y fusilería de Kalasnikov se abatió sin ningún aviso sobre nuestros botes y tripulantes, desatando un infierno.

Ocho ecuatorianos, entre policías y soldados, murieron en el ataque y más de veinte cayeron malheridos. Según el informe de Amnistía Internacional (AMR 28/001/1994)  “el ataque contra las Fuerzas Armadas ecuatorianas perpetrado por las FARC concluyó con la captura de un número indeterminado de soldados ecuatorianos, a los que posteriormente —rendidos ya— los guerrilleros dieron muerte deliberadamente. Otro informe indicaba que los guerrilleros abatieron a varios supervivientes y después prendieron fuego a sus cuerpos”.

La llegada oportuna de un helicóptero artillado, que estaba en El Carmen de Putumayo y recibió la señal de auxilio de nuestros jóvenes soldados, impidió que la masacre hubiera sido total. Este ataque aleve se produjo el 16 de diciembre de 1993 y como en Pedro Navaja, de Rubén Blades, por parte de defensores de los derechos humanos en Ecuador de aquel entonces “no hubo preguntas, nadie lloró”. El Ejército nuestro y la Policía Nacional iniciaron luego las labores de investigación sobre estos crímenes y en ese diciembre una veintena de hogares ecuatorianos conoció de cerca el verdadero rostro de las FARC… para que la memoria no le siga el juego al no me acuerdo del siglo XXI.

Dieciocho años después, en la misma zona en que se produjo la masacre de nuestros soldados y policías, y en una incursión que viola groseramente nuestra soberanía, el Ejército colombiano abatió, entre otros, al camarada Luis Devia Silva, alias Raúl Reyes, uno de los más importantes miembros del estado mayor de las FARC, sobre el que pesaba más de una veintena de órdenes de captura por extorsión, secuestro y asesinatos, que se encontraba también haciendo exactamente lo mismo: violando campantemente nuestra soberanía, pero con las comodidades de televisión satelital, botica y compañeras que sobrevivieron al ataque, igual que unas incómodas computadoras sobre las que esperamos, por el bien de toda la seguridad interna y externa de la República, se realicen todos los peritajes necesarios para determinar la veracidad de la información y minutas allí contenidas y denunciadas por el Comandante de la Policía colombiana. No hay que permitir, como en las Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, que “en ocasiones, aunque no a menudo, me asaltaba la impresión de que el Emperador ocultaba parte de la verdad. Y entonces tenía que dejarle decir verdades a medias, como todos hacemos”.