Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. El verso de Neruda nos sirve para cuantificar el paso de una generación y el advenimiento de otra. Y es que Julio Jaramillo con su voz, con sus gestos, con su ritmo musical fue determinante en la consolidación de una forma de ver y entender el mundo principalmente de las clases medias y bajas de nuestro país, que entre los sesenta y setenta aparecían con fuerza en la sociedad ecuatoriana.
El populismo de Guevara Moreno y de Velasco Ibarra de los cincuenta, es también el escenario de un joven de clase media baja, que con sus pasillos y boleros se apoderaba de los sentimiento de miles de hombres y mujeres y de parejas, que al oír su voz hacían multiplicar los hogares con o sin matrimonio. Interpretar a Julio Jaramillo no es tarea fácil, lo intentaron en su momento en libros, Fernando Artieda, Édgar Allan García, Carlos Díaz, quienes con miradas admirativas se metieron en la vida de JJ, en el Guayaquil de los sesenta, setenta, en los amores juveniles, en sus bohemias sin fin, en sus apoteosis artísticas, en sus viajes por el continente, en sus amores y desamores, en su treintena de hijos, en sus fortunas despilfarradas, en sus amistades sin límites, en su solidaridad desbordada, y lo que es más, y para después, cuando tuvimos que llorarlo tendríamos que recordarlo más allá del mito, y también convertido después en leyenda.
Julio Jaramillo ha desbordado, caso único en América los límites de la admiración, y también del fanatismo. Cuando un historiador jaramillista o jaramillólogo como el guayaquileño Alfredo Enderica nos dice que posee cerca de cuatro mil canciones cantadas por JJ en varios géneros y que está a punto de terminar una biografía sobre el Ruiseñor de América, para añadir luego que hay un japonés que tiene 5.200, un salvadoreño 5.132, un mexicano 4.500 y un venezolano 4.200, y que eso lo hace sentir triste porque lo ubica en el quinto lugar de los jaramillistas en el mundo, ¿a qué tipo de reflexión nos conducen estos apasionados de JJ? A una sola: que nuestro Jaramillo fue un artista que se paseó por el continente americano interpretando todo tipo de melodías.
México, Uruguay, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Chile, vieron multitudes recibiéndolo y escuchándolo cuando se presentó en esos escenarios. Francisco Canaro, director de orquesta, compositor y empresario argentino conocido por sus exigencias a los artistas que querían grabar con él sucumbió ante Julio.
En Venezuela, fui testigo de cómo en la ciudad de Valencia, en diciembre de 1978, en un bar, en una rocola, lucía un crespón; pregunté la razón de ese símbolo; me dijeron que era en homenaje al hermano Julio Jaramillo, fallecido. Les hice notar que su muerte había ocurrido en febrero; el dueño del bar me respondió: aquí lo seguimos llorando.
Julio es el hombre que mejor ha entonado las canciones del desarraigo, porque no ha habido un hombre en las últimas décadas tan desarraigado como él, y eso fue justamente lo que hizo llevar el nombre de Ecuador por una vasta geografía que todavía sigue siendo nuestro orgullo. ¿Verdad
Benjamín Carrión, “gran señor de la nación pequeña”? ¿También Julio?
* Miembro de la Academia de Historia.