Para corroborar el interés que me produce el país del águila y los nopales, me basta situarme en su amplio panorama literario. Y proclamar que si el año pasado fue el período de homenaje a Gabriel García Márquez, este lo será para su gran amigo y compañero del tan mentado boom de la narrativa latinoamericana, Carlos Fuentes, quien cumple venerables ochenta años y la novela que lo proyectara al mundo, La región más transparente, cincuenta de publicación.
Fuentes ha sido uno de los hombres más fieles a una posición (en la izquierda crítica de América Latina) y más auténticos a la hora de escribir una numerosa obra literaria que fue evolucionando con él. No pudo ingresar durante años a los Estados Unidos por haber denunciado la política del gobierno de Reagan, ha batallado en todos los frentes de injusticia política del mundo (hoy es un antichavista convencido) y jamás menguó tiempo e interés a su obra literaria que de tan amplia, ya merece, como la de Balzac, nombre total: La Edad del Tiempo.
Su caudalosa narrativa, repartida entre novelas y cuentos inolvidables, (también tiene obras de teatro y libros de ensayos), se ha deslizado por la historia de México recogiendo en su recorrido los hitos de su país, por medio de los tres grandes sustentos del género que, a su decir, son el mito, la estructura y el lenguaje. Con acerva criticidad sacó a la luz las traiciones a los ideales de la Revolución Mexicana en sus dos novelas señeras; La región más transparente (1958) y La muerte de Artemio Cruz (1962), pero con gran sentido de la perspectiva, permite salida a la esperanza cuando llama a trabajar desde la identidad hacia la diversidad, y cuando cree que México, gigante como es, “quiere y se quiere a través de lo pequeño” y le reconoce al mexicano común “decoro sensible… ternura minuciosa en las tareas de la vida”.
Cuando pasó la ola del boom, la narrativa de este autor se fue descomplicando en la forma, al punto de dedicarse a explotar lo que toda buena novela quiere: contar historias interesantes, elegir detalles significativos, seleccionar a los personajes de la calle para, en la sabia combinación de los elementos, construir ese mundo concreto y único que es cada ficción. Yo me quedo con Los años de Laura Díaz 1999), por ejemplo, que cuenta 50 años de México desde la vivencia de una mujer inspirada en las abuelas del escritor, historia con profundas vinculaciones políticas, al mismo tiempo que contiene un personaje femenino fascinante. La novela termina con la matanza de Tlatelolco, que según Fuentes ha dicho en otros espacios, supuso la sangre joven que abonó el inicio de la caída del PRI y la apertura a vivir la democracia. Esa democracia siempre imperfecta en el mundo, más que nada en nuestro continente.
Este mexicano universal ha dado muestras de una reciedumbre humana extraordinaria. Golpeado por el dolor de perder a dos de sus tres hijos en plena juventud, no ha dejado de escribir. Se merece la larga celebración de todo un año.