Nuestro Presidente y Auki Tituaña, alcalde de Cotacachi, son admiradores del Che. Asumo que ellos, como muchos jóvenes que portan la camiseta del Che, desconocen que Ernesto Che Guevara de la Serna ejecutó a sangre fría a por lo menos 216 personas en la Sierra Maestra (1957-1958), en Santa Clara (1959), y en la prisión en la fortaleza de La Cabaña (1959) sin juicio previo. Ante la duda, decía el Che a sus subordinados, era mejor matar.

En el magistral ensayo de Álvaro Vargas Llosa, La máquina de matar: El Che Guevara, de agitador comunista a marca capitalista, se describe que el revolucionario tuvo la oportunidad de implementar su visión económica de “justicia social” como director del Banco Nacional de Cuba y del Departamento de Industria del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (1959) y luego como ministro de Industrias (1961).
Durante el periodo en que controló gran parte de la economía cubana, la industria azucarera prácticamente colapsó, la industrialización fracasó y se introdujo el racionamiento del consumo –todo esto en lo que había sido una de las cuatro economías latinoamericanas más avanzadas hasta antes de la dictadura de Batista–.

El Che tenía una determinación feroz: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.
Según la biografía de Guevara de Philippe Gavi, el Che se jactaba de que “su país (Cuba) estaba dispuesto a arriesgar todo en una guerra atómica de inconcebible destrucción para defender un principio”.

El líder egipcio Gamal Abdel Nasser cuenta que Guevara le preguntó que cuántas personas habían dejado su país a raíz de la reforma agraria. Cuando Nasser contestó que nadie se había ido el Che le dijo enfurecido que la manera de medir la profundidad del cambio es con el número de personas que “sienten que no hay lugar para ellas en la nueva sociedad”.

Los que portan las camisetas ‘Ché’veres seguramente no saben que este argentino sanguinario incitaba a “crear dos, tres... muchos Vietnam”. Y finalmente, el alcalde Tituaña seguramente no sabe que el retratado en su oficina (el  Che) escribió desairado en Bolivia que “las masas campesinas no nos ayudan en absoluto” y que además fue capturado ahí por falta de apoyo local.

Es desagradable tener un doble estándar moral: mientras que el mundo se escandalizó, con razón, porque el príncipe Harry de Inglaterra portó un disfraz de nazi para una fiesta de Halloween, nadie dice nada de todo aquel (incluido Carlos Santana en el Oscar del 2006) que anda “a la moda” portando el rostro de un asesino en su camiseta.

La diferencia entre los nazis y el Che es solamente  de grados, no de naturaleza.

Ambos eran violentos enemigos de la libertad.