El desencanto provocado por el fracaso de las democracias representativas, al servicio de ideologías promotoras de un capitalismo salvaje, que han causado el creciente abismo entre ricos y pobres, ha puesto de nuevo de moda la frase “Jesucristo, el más grande socialista”.

La frase, por decir lo menos, es ambigua. Aunque no se puede juzgar la intención de quienes la pronuncian, el hecho de que la declamen ante oyentes afectivamente cercanos al cristianismo, pero que no han tenido oportunidad de ahondar el contenido de esta afirmación, tiene un tinte claro de abuso de la religiosidad popular. Dejo a la reflexión de personas de buena voluntad un comentario de esta afirmación.

De acuerdo a la fe, los cristianos somos prolongación de Cristo, que no es solo Hijo de Dios, sino también el hombre que ha asumido la humanidad en plenitud con sus angustias y esperanzas. Honramos a Dios no solo orando, sino también empeñándonos en construir un mundo más humano. Preparamos el cielo o la felicidad eterna, hoy cayendo y levantando en los caminos de la tierra; no llegamos solos, sino cultivando la fraternidad dada por Cristo a toda persona de buena voluntad. La felicidad humana comienza en la tierra, pero no queda encerrada ni en el espacio ni en el tiempo. La vida de Cristo comunica una fuerza interior para cultivar la justicia, la solidaridad, la constancia, la verdad. Estas son realidades internas que no se ven y sin embargo son un aliento creador de una sociedad al servicio de todos.

Si entendemos por socialismo la lucha para que el sistema social, político y económico sea justo y solidario, sobre todo, para que los pobres vivan con la dignidad de seres creados a imagen y semejanza de Dios, ese socialismo es querido por Dios. Los creyentes debemos empeñarnos, cada uno en su campo concreto de acción, en ese socialismo.

De hecho hay socialismos, como el Laborismo inglés, en el que militan probablemente la mayoría de los cristianos católicos practicantes.

Si por socialismo entendemos esas ideologías que niegan a Dios y su acción a favor de los hombres, ideologías que afirman que la economía sola guía la historia a una felicidad encerrada en el espacio y el tiempo, ese socialismo, como el marxismo, es inaceptable para un cristiano.

El socialismo marxista, afirmando que Dios es solo la proyección de necesidades insatisfechas, lleva a soñar en un cielo en la tierra, preparado y sustentado en un estatismo totalitario, en cuyo altar se sacrifica la libertad de la persona humana.

En Ecuador influye especialmente en un partido político, que ha tomado la bandera del laicismo entendido como negación de la libertad en nombre de la libertad.
Algunos invocan el nombre de Dios para justificar terrorismos, invasión, guerras; otros se cobijan con el nombre de Cristo para respaldar sus ideologías.

Probablemente no se dan cuenta de que es un atrevimiento, por decir lo menos, fruto de irreflexión, el rebajar a Cristo de Hijo Dios a héroe meramente humano.