Alrededor de la Constituyente se está librando ya “la madre de todas las batallas” políticas del futuro inmediato. Es el marco que lamentablemente están trazando algunos grupos de poder en su intento por impedirla o boicotearla.

Pero este no es un tema banal y que solo tenga efectos para un gobierno u otro. Atañe a la construcción del futuro de la nación.

Una Constitución es punto de llegada en un momento de la vida nacional en el cual se recoge la trayectoria seguida, se aplica lo aprendido de los errores cometidos, corrigiéndolos. Pero es al mismo tiempo punto de partida para un Estado renovado.

El actual es un momento de ruptura entre la sociedad política gastada y muerta y la sociedad real que quiere ser y no puede porque debe romper el molde caduco que la oprime. No es un momento revolucionario como algunos termocéfalos pudieran pensar. Es un momento de cambios decisivos, en el contexto de cambios de la sociedad mundial, que en Sudamérica se intenta –esa es la buena noticia– a través de formulaciones constitucionales y no de imposiciones violentas. Así lo demanda la complejidad de la globalización y el fracaso del neoliberalismo como expresión de un capitalismo salvajemente desaforado, frente al surgimiento de una nueva conciencia social planetaria que viabilice la supervivencia de la vida humana en condiciones dignas de su naturaleza. Producida ya la ruptura, hay que construir el molde jurídico nuevo en paz y en orden.

La convocatoria, funcionamiento y desarrollo de la Constituyente es un proceso fundamentalmente político, con indudable contenido y desenlace jurídico.  No es  fórmula mágica para enfrentar todos los problemas. No debe abrir expectativas exageradas, parecer que lo resolverá todo, y por ello deberá evitar asumir todas las cuestiones pendientes o no podrá cumplir con su tarea fundamental: producir una nueva Constitución. Debe ser plenipotenciaria, pero no omnímoda; asumir plenamente los poderes que le tocan, pero no para hacer su “regalada gana”. Renovar un Congreso que se anuncia peor que el anterior, pero respetar a otras funciones del Estado. No enredarse en problemas cuya resolución toca a otros, sino elaborar las normas constitucionales y la institucionalidad necesaria para realmente aplicarlas, sin dejarse presionar en tiempo y materia por  los políticos que representan el actual desorden decadente.

El punto central está en su composición: si ella está dominada por esas mismas fuerzas políticas, sería mejor que no se reúna. Para asegurar que el Ecuador real esté presente en su recinto hay que incluir un crecido número de representantes directos de sectores sociales integrados en listas ciudadanas a partir de la composición real de los distritos electorales: indígenas, negros, mujeres, jóvenes universitarios, profesionales, empresarios, trabajadores, etcétera. Llenar la Asamblea con representantes individualizados que solo responden a sí mismos es tremenda equivocación que resultará en la clonación de un Congreso cualquiera. Si así llegara a suceder, la Asamblea probablemente fracasará y con ello la posibilidad de edificar el porvenir cercano en paz y en orden.