Partitocrazia es un término que se acuñó en Italia para representar el poder de los partidos  que dominaban el panorama político con absoluta hegemonía, y que permitió a ese país, al igual que a Francia, durante la Cuarta República, evitar que se imponga el llamado parlamentarismo de asamblea, que no es el parlamentarismo común característico de Europa continental, el de varios partidos, ni el parlamentarismo prototipo de Inglaterra, de dos partidos, con uno predominante que dirige al propio Parlamento y al Ejecutivo.

En nuestro medio en cambio,  castellanizando el vocablo italiano, se ha denominado partidocracia también al poder de los partidos, pero peyorativamente, para identificar al manejo abusivo de la política por parte de estos, y calificar los acomodos,  los pactos bajo la mesa, y una hegemonía que no ha permitido que la democracia fluya y que los ciudadanos, sin ataduras ni sumisiones, puedan ejercer de tales.

Sin embargo, hay que decir que los partidos políticos son necesarios para  la vigencia del Estado de Derecho y para el equilibrio de la propia democracia, y que lo que se requiere es lograr, por medio de las reformas constitucionales y legales que se deberán impulsar en el próximo periodo de gobierno, sea quien fuere el triunfador, es que esas agrupaciones se democraticen y sean dirigidos por personas escogidas con absoluta libertad y que roten en sus cargos.

El puesto 92 que entre 167 países asigna a la democracia ecuatoriana la revista inglesa The Economist, según lo publicó este Diario hace dos días, no es gratuito, pues la falta de cultura política de nuestros ciudadanos es casi un mal endémico que solo podrá cambiar en la medida en que los jóvenes, con nuevas ideas y con ganas de crear un país diferente, se involucren en el quehacer  político, pues lo que ha ocurrido hasta ahora es que se ha dado vuelta a un tornillo sin fin o a un recorrido circular interminable, porque los jóvenes, en su inmensa mayoría han visto la política desde lejos porque “la política es sucia”, pero al mismo tiempo la política tiene ribetes no limpios por la simple razón de que necesita sangre nueva que mire la cosa pública de otra manera.

Por supuesto que la clasificación de una revista internacional no es algo infalible –como no lo son tampoco aquellas catalogaciones que supuestamente miden la corrupción con percepciones referenciales o lejanas– pero sí es un acercamiento a una realidad que nadie puede negar, como por ejemplo, que somos huérfanos de gobernabilidad; que tenemos una escasa cultura política; que nuestros partidos dejan mucho que desear y que la inmensa mayoría ciudadana no participa de ellos, junto a una muy baja intervención electoral, lo que quiere decir que un gran porcentaje de personas se desentiende de sus obligaciones cívicas.

El concepto moderno de partidocracia debería ser, a partir del 2007, uno que signifique que los partidos sirvan al hombre para hacerlo cada día mejor ciudadano, más cercano al Estado y más responsable en su relación con este y con la comunidad.