¿Quién quiere leer sobre cine si el arte de las imágenes parecería envolvernos con su poder absorbente? ¿No basta con los traslados imaginísticos que nos liberan de las preocupaciones cotidianas durante una hora y más de proyección? Quien ama de verdad este arte, no se satisface con ser solamente espectador. El cine, arte siempre renovado, invasor, atractivo hasta el punto de ampliar nuestra experiencia de realidad, está actualmente en el centro de atención de los guayaquileños, y contribuyen a ello la amplia oferta de películas en festivales, la cantidad de salas y esfuerzos específicos de entes culturales como el MAAC y su reciente periódico.

Por todo esto, recibo con alegría el último trabajo de ese versátil escritor que es Marcelo Báez. Con El gabinete del doctor Cineman reedita su esfuerzo de hace diez años, cuando celebró el primer centenario del cine con Adivina quién cumplió cien años. Los dos libros están profundamente ligados entre sí y recogen tanto su experiencia de cinéfilo consumado, como su personal exploración de datos y amplias fuentes. Recuerdo que cuando conocí en 1998 a Sergio Ramírez, el escritor nicaragüense, el primer autor por el que me preguntó fue por Marcelo, dado el interés que le había producido la lectura del entonces, recién publicado libro.

Soy poco amiga de los esfuerzos por recoger artículos publicados en periódicos y revistas. La mayoría de ellos está tan vinculada a situaciones de fecha fija que se queda en la memoria del lector. Sin embargo, en el caso de artículos sobre películas no ocurre tal cosa. Los buenos filmes, como los libros de calidad, llegan para quedarse y verlos en cualquier momento, permite la fruición de la obra de arte. O al menos la simpatía con que se sigue una pieza entretenida. Esto vale para dejarse conducir por la colección de artículos que nació para un diario de Guayaquil pero que ensamblados en un todo, de manera original e ingeniosa, desarrollan una actitud de orientación por un lado, y de diálogo por otro.

Marcelo Báez no pontifica. No salva a unas películas o condena a otras, por algo distingue entre crítica de cine y análisis cinematográfico. Y literato como es, le da la voz comentarista a su más querido personaje Pietro Speggio, mientras sigue y homenajea al escritor a quien admira en similares afanes de cinéfilo: Guillermo Cabrera Infante. A este gabinete se puede ingresar por cualquier puerta –página– y se puede polemizar con cada idea que vayamos tropezando. El caudal de información impresiona: fechas, procedencia y filmografía de directores, guionistas, fotógrafos; nociones teóricas que deben servir a los estudiantes de áreas del cine (la intención del capítulo Fragmentos de un curso intensivo de cine, es expresa).

Escritos con sentido del humor y precedidos por un proemio abstemio, los artículos acusan juegos de palabras, asociaciones y referencias que podrían obstaculizar el seguimiento de parte de personas de escasa circulación por las carreteras del cine y la literatura. Yo me he recreado en el espíritu lúdico que campea por sus páginas. Y caí en el típico desafío de las listas: con lápiz a la mano marqué cuántas películas conocía del listado que por países entrega al final. No quedo tan mal.
Sin embargo, este doctor Báez –graduado en la universidad de la apasionada afición cinematográfica– me incita a llenar mis vacíos.