Antes de comenzar se presentaron nada menos que diecisiete aspirantes presidenciales. Tras las purgas legales y por ese arte de birlibirloque que en materia electoral las acompaña, quedaron oficialmente trece. Un número de mal agüero, muy adecuado para enmarcar el proceso político en que nos encontramos. Pero hace un mes, luego del tan criticado debate en la Cámara de Comercio de Guayaquil, me pareció evidente que sería solo entre los cuatro que permanecieron en la sala hasta el final de ese debate, que se elegiría al próximo presidente del Ecuador.

Así lo expresé de inmediato, con toda claridad y el consabido riesgo, en esta columna de análisis y opinión (el 25 de agosto del 2006). Consideré que tal era mi deber periodístico y cívico, para coadyuvar a despejar las brumas y mostrar  la realidad hasta donde era posible vislumbrarla, en un mar de indecisiones, agitado y lleno de peligros. Consideración idéntica a la que hoy me lleva, tres semanas antes de la elección presidencial en primera vuelta, a afirmar pública y paladinamente que ya estamos en la segunda.

Aquellos cuatro candidatos que vislumbré hace un mes como prefinalistas, fundado en apreciaciones tan objetivas como cabe dentro de lo posible, eran dos dentro de un espectro que va desde el centro hacia la derecha, y otros dos dentro del que va desde el centro hacia la izquierda. Pero hoy, con proyecciones y tendencias que muy difícilmente podrían cambiar las cosas de un modo radical, veo que los finalistas son los dos que van del centro hacia la izquierda: uno más centrado y otro más extremista. Alea jacta est, la suerte está echada, gústele o disgústele a quien sea. Y parodiando –aunque no me agrade– al tallador que grita en los casinos ¡hagan juego, señores!, me veo obligado a decirles a los ciudadanos hagan juego, electores, con  base en la descarnada realidad.

Dentro de los cuatro prefinalistas que con fundamento vislumbré en mi referido artículo de hace un mes, hoy señalo a los dos que objetivamente preveo como finalistas. Por esto digo que ya estamos en la segunda vuelta. Mi apreciación original no ha cambiado, solo se ha especificado más. “Algo  –como dije textual en aquel artículo– corroborado cada vez más por las encuestas de intención del voto. Con el escalofriante añadido de que el brillo exterior de alguno de los candidatos puede inducir al votante a escogerlo, como a una medicina que se toma por su buena presentación, sin cuidarse de desentrañar el veneno interior de la pócima”.

Igual que muchos, estuve entre los electores indecisos hasta antes de percatarme de que ya estamos en la segunda vuelta. Pero como el voto es secreto no lo revelaré abiertamente. Ni hace falta. Además, como frecuentemente me ha ocurrido que aquel por quien voto, pierde, no quiero perjudicar de antemano a mi actual candidato.  Lo cual, como va paralelo a la historia de frustraciones que agobia al Ecuador y su pueblo, me reafirma en que debo seguir votando en conciencia, aunque sea contracorriente, por el mejor o por el menos malo.  Asentados los pies en la realidad.  Enhiesto en mis principios fundamentales.  Siempre con optimismo, esperanza y visión de futuro.