Internet ofrece 13.000 respuestas. El Apocalipsis de San Juan es preciso. Nostradamus se equivocó al prever una terrorífica invasión a Francia para julio de 1999. Juan (13, 18) dice: “Quien tenga entendimiento calcule la cifra de la bestia. Es seiscientos sesenta y seis”. Resulta azaroso decir de qué bestia hablamos y si se trata del Anticristo.

Según la profecía revelada al papa Juan Pablo II por Sor Lucía, vidente de Fátima, la fecha en que llegará el terremoto de ocho horas con oscuridad, muertes por millones, desastres de todo tipo, sería el 6 de junio del año 2006 (6/6/6), en cual caso nos queda muy poco tiempo para arrepentirnos de nuestras travesuras. En el 6/6 del 44, desembarcaron los aliados en Normandía: paso decisivo para el término de la Segunda Guerra Mundial. El 9 complementa al 6 para quienes sueñan con el cachondeo.

La numeración antigua habla de DCLXVI, lo que tiene poco que ver con nuestra forma de escribir centenas, decenas y unidades. En todo caso los creyentes, en su mayoría occidentales, piensan que solo se salvarán unos cuantos elegidos. Nací en occidente por accidente. De haber visto la luz en Iraq, Marruecos o Palestina, ni siquiera hubiese oído hablar del pecado original. Como francés debidamente bautizado, me salvé del limbo después de haber sido marcado por el estigma que me dejaron mis primeros ancestros.
Los niños que nacen allende el Bósforo o en el Japón no padecen aquel inconveniente ni se preocupan por lo que pueda afirmarse en Fátima o en Lourdes.

No creo en monstruos que no fuesen los que de pronto reconocemos al toparnos con seres capaces de innobles fechorías, pues la peor bestia no está hecha de carne sino de un embrutecimiento del espíritu, total falta de conciencia. Rehúso el maniqueísmo, limitada opción entre dos posiciones: derecha o izquierda, fe o ateísmo, Bush o Castro, bien o mal (excluyendo la eventual inocencia), Barcelona o Emelec, Dios o el diablo, riqueza o pobreza, castidad o depravación, yin o yang (tenemos algo de cada sexo en nuestra sensibilidad). No me gustaría pensar que el yang fuese resultado del aliento de Dios mientras el yin se hubiese fabricado con aquella materia inerte que fue la costilla de Adán.
Felizmente, como antídotos a la maldición, el parto sin dolor y la cesárea fueron gratos descubrimientos realizados por el ser humano. El trabajo resultó ser bendición, no castigo.

Jesús bien podría haber dicho: “No vine a juzgar ni condenar a nadie. Irredimible es aquel que no es capaz de redimirse a sí mismo atendiendo la voz de su conciencia, haciendo valer el peso de sus obras cuando son amores”. En todo caso, nunca aceptaría yo la posibilidad de un Dios cuya bondad fuese inferior a la de los humanos. Ningún padre normal, en el planeta, condenaría a su hijo para siempre, soñaría con pulverizarlo. Por ello, el fin del mundo me deja sin cuidado y las apariciones también. Si existe un Dios justo e infinitamente bondadoso, me abandono sin temor a sus designios. Le confío ciegamente mi destino.