No es la oficina de un banco ni tiene esa máquina de la que salen los números de los turnos y tampoco, un guardia que le indica dónde está el oficial de crédito, cómo debe llenar la solicitud o qué requisitos obligatorios debe llevar a su próxima cita.

Es la casa de un chulquero. Así se le llama en el país al prestamista informal, a quien le basta tener lo que otro –su potencial cliente– no puede conseguir: dinero efectivo e inmediato.

Atiende en su sala, hace firmar pagarés, verifica direcciones, nombres, recibe prendas. ¡Listo, operación cerrada!

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Juan (el apellido en reserva) sacó 800 dólares, pagará entre el 8% y el 10% de interés mensual. No revela las condiciones definitivas de su trato, pero explica que pudo escoger si paga aparte el capital o ambos rubros a la vez o entre cuotas diarias, semanales o mensuales. Las condiciones se negocian de acuerdo al monto, a la garantía (prendas, cheques, hipotecas).

El costo efectivo de ese dinero supera la tasa máxima fijada por el Banco Central (del 13,4%), que sirve de base para determinar el delito de usura.

Como este chulquero, muchos viven de esta práctica en los mercados, barrios, universidades, haciendas, fincas, comunas. Encontrarlos no es difícil; es cuestión de abrir el periódico y buscar en los clasificados: “Asesoría jurídica, solucionamos problemas económicos, 24 horas”; “Cheque, letras, hipotecas; abogados especialistas”.

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Esto, sin embargo, es ilegal y genera pérdidas al negocio financiero formal. La Ley de Instituciones Financieras prohíbe y sanciona el chulco.

El ecuatoriano común ha acudido al menos una vez al chulquero en una necesidad de dinero y lo ha conseguido a intereses superiores al 150% anual, según un reporte del Banco Solidario.

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Pone un ejemplo de los que considera un perjuicio: si saca un préstamo de $ 1.000 a 150% con un chulquero, paga $ 1.500 en interés. Si saca ese mismo préstamo al 30% en una entidad financiera, paga $ 300 en intereses.

Pero muchos de quienes acuden al chulco se sienten obligados. “No somos sujetos de crédito. Ningún banco nos presta un dólar”, sostiene un joven padre que acudió a un chulquero por necesidad.