¿Quién se acuerda de cuál era el presidente en los años treinta? ¿O qué acontecimientos políticos ocurrieron en los inicios del cincuenta? Nadie, quizá los historiadores. Pero muy pocos han dejado de oír alguna vez el nombre o leer algún cuento de José de la Cuadra o del inmortal Pablo Palacio. Los acontecimientos políticos en nuestro país se repiten con la misma rutina que un día de lluvia y son, una vez pasados, como periódicos de ayer, pero las obras de nuestros escritores permanecen en el tiempo y le dan identidad y sentido al país.

Eso pensaba mientras saboreaba un café en Piazzola y escuchaba tocar el piano a la escritora Sonia Manzano que ha lanzado su última novela titulada Eses fatales, en la que trata con valentía un tema hasta ahora tabú en la literatura ecuatoriana, el de los amores lesbianos. Ya desde su tapa nos advierte que estamos ante “una novela maldita, bendecida por la osadía de su intriga y la funcionalidad en el lenguaje, una obra que dará mucho que hablar y escribir”. Y en verdad es una obra polémica que pese a algunas debilidades en su estructura se sostiene por la fuerza de su trama y por la forma hipnótica como entreteje sus historias.

Cuando leo a Sonia tengo la imagen de una niña tímida que mira con sus grandes ojos al exterior a ver qué puede contar; los personajes de sus relatos, con pelos y señales, son identificables; se encuentran entre sus amigos y conocidos, forman parte del jet set cultural de Guayaquil y de sus alrededores. Siempre he tenido la sospecha de que si Sonia contara desde adentro, es decir desde sus propias experiencias sus novelas, serían dinamita pura, pues es una mujer con una vida interior muy rica y un talento innato para narrar.

Pero Sonia Manzano, la poeta, narradora y pianista, no solo crea personajes, ella misma es un personaje de ficción, que crea y recrea su vida como Sherezada de quien toma la metáfora para explicarme por qué escribe. “Escribo para no morir, me dice, porque al igual que el personaje de las Mil y una Noches que inventando historias conseguía sobrevivir cada día, yo contando historias siento que estoy realmente viva”.

A Sonia su amor por la literatura le vino desde siempre, de su entorno familiar, en donde la música y los libros eran parte de la vida. Su madre, antes de entrar en el mundo de sombras que hoy vive, era una mujer etérea y leve que jamás puso los pies sobre la tierra y cuya vida transcurría entre una vocación frustrada por la literatura y un inagotable amor por la música que transmitió a sus hijos. Sonia se asomó a la literatura como creadora el día en que cumplió 10 años y escribió unas poesías que las dio a leer a su abuela; esta, sin más preámbulos, la acusó de haberlas copiado a Medardo Ángel Silva, pues no creía que ella las hubiera escrito. Sonia, tremendamente ofendida, acudió adonde su madre, quien revalidó su autoría y talento.

A Sonia, suave, sensible, vulnerable, la persigue su infancia y sus personajes, la persigue la inquietud y la sospecha de no estar realmente viva si no pone sobre el papel sus demonios y si no dibuja la realidad que mira. Sonia, quien escribe para comprender el mundo, siembra manzanos de los cuales los lectores extraemos sus deliciosos frutos con su aroma, textura y peculiar identidad y sabor.