Me voy a referir a un joven investigador ecuatoriano de admirable vida intelectual. No lo conozco personalmente, pero las múltiples huellas de su trabajo van quedando en libros, artículos, folletos y, principalmente, en la gran hazaña de haber impulsado la salida de la primera edición ecuatoriana de Don Quijote de la Mancha, a fines del año pasado.

Un elocuente signo de la incomunicación que reina entre las provincias de nuestro país es el desconocimiento de sus valores humanos y productos culturales. El desenvolvimiento de Franklin se irradia desde Riobamba, donde dirige una empresa de asesoría editorial y labores afines. Asomarme a su carrera de comunicador social, con una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Andina, me alienta respecto de lo que puede hacer una juventud bien aprovechada y conseguir respecto de su ciudad, relativamente distante de los polos de concentración productiva que son Quito y Guayaquil.

Digo tal cosa porque tengo entre las manos varias muestras de su inteligente recorrido. La primera, un trabajo serio y enjundioso titulado De la sonrisa al asombro. Literaturas marginales y otros logros pintorescos que recoge una buena cantidad de huellas de paraliteratura, extraída de publicaciones del Ecuador. El estudio conecta con búsquedas que yo hiciera cuando era profesora de secundaria, con la intención de llevar a los adolescentes desde sus textos más próximos –novelas rosa, historias policiacas baratas, cómics de burdo humorismo, etcétera– hacia aquellos donde se acrisolaría el gusto y la capacidad de selección. Una adecuada difusión de este ensayo ayudaría a una buena cantidad de autores deleznables a mirar su propia obra en el espejo de tanta expresión mediocre que ha ido a parar a libros. Y a ser cabalmente autocríticos.

También es de la autoría de Franklin Cepeda Novelistas Chimboracenses. Un índice bio-bibliográfico que abarca el desarrollo de la novelística de esa provincia durante ciento treinta y cinco años. No se engaña el investigador sobre el valor de todas las novelas de ese tiempo, pero nos entrega a quienes trajinamos por los caminos de la literatura una información indispensable para trazar un mapa completo de la escritura en el país.

Un proyecto visionario y ambicioso fue trajinar en pos de la preciosa edición ecuatoriana del Quijote. Se presentó en Riobamba adelantada a las celebraciones del cuarto centenario, en octubre del 2004, con toda la pompa que se merecía el esfuerzo.
Recuerdo con pena haber visto el valioso tomo en un escaparate de la fracasada Feria Cervantina del mes de julio. ¿Habrá el público apreciado el primor de la edición que incluye reproducciones de pinturas de importantes plásticos ecuatorianos, dos estudios introductorios (uno de Franklin haciéndole seguimiento a la novela cervantina en nuestro país) y el primer capítulo traducido al quichua? La labor de haber impulsado una publicación de ese talante tiene que haber sido titánica y revela un certero entendimiento del puesto de ese libro en el mundo.

Cuán reconfortante es seguir encontrando gente valiosa que saca adelante, sin mucha bulla, buenas iniciativas. Más todavía en estos tiempos en que la noticia diaria sobre mucha juventud farandulera, nos repliega a territorios distantes del exhibicionismo y la estupidez.