No hay mejor argumento que el que en ocasiones nos da la vida real por más cliché que aquello pudiese sonar. La historia del llamado Hombre del Piano parece ser sacado de una novela dramática, en la cual el protagonista principal es un hombre sin identidad ni recuerdos, con la única esperanza de poder sacar de un piano lo que su memoria no se lo permite.

La trama es única: un hombre es encontrado deambulando por una playa de Inglaterra, su ropa mojada y sin signos de identificación, no recuerda nada, no habla, es llevado a un hospital psiquiátrico, lugar en el cual, luego de algunas semanas, dibuja un piano en un papel, siendo esos trazos su única forma de comunicación, hasta que lo sientan al frente de un piano y empieza a interpretar composiciones clásicas de forma notable por cerca de cuatro horas, luego de lo cual volvió a callar, silencios que callan a un nombre, que no permiten descubrir su pasado. Lo curioso es que más allá de su estado mental, de su falta de memoria, el misterioso sujeto usa su música como una forma de aferrarse a un vacío que le niega, por ahora, su identidad.

Por supuesto, hasta que el Hombre del Piano recobre su memoria o hasta que alguien encuentre su identidad real, la historia seguirá siendo motivo de intriga y curiosidad, lo que ha llevado a que mucha gente en Inglaterra se anime a imaginar escenarios semejantes aplicados a vidas normales en las que no se evidencien tales talentos o expresiones artísticas. En otras palabras, si todos poseyésemos habilidades para la música o para la pintura, de alguna manera aun en nuestra amnesia, podríamos sacar el recurso último para comunicarnos con el mundo. Pero y si los talentos no existiesen, ¿nos quedaríamos sin memoria para siempre?

No importa. Por ahí leo que los ingleses, tan ingeniosos para esas tareas, se preguntan qué haría un político tradicional en tal trance, amnésico, sin conocer su nombre, preguntándose qué diablos dibujaría en un papel. Se me ocurre entonces que sería una tarea interesante imaginar a varios de nuestros congresistas, no a todos por supuesto, en trance similar, que naufraguen, que lleguen a salvo a la playa, que no se acuerden de nada y que quizás ahí empezaríamos a construir el país que todos dicen anhelar. 
Pienso, sin embargo, que no habría que entusiasmarse tanto, ya que antes de que cante un gallo, esos políticos dibujarían sus oficios e inclinaciones y que el resultado sería todo menos música, haciendo lo que han hecho por años, aun sin memoria para recordarlo. En ese momento la historia dejó de interesarme y empiezo a sospechar que a las finales todos, el Hombre del Piano y también esos políticos, no solamente son amnésicos sino también unos grandes mentirosos.