Minucia soy entre los 6.000 millones de personas hoy reverentes ante la memoria de Juan Pablo II, y estas palabras mías también son minucias comparadas a los colosales homenajes póstumos que se tributaron a tan colosal Santo Padre de la época contemporánea. En el marco del colosal afecto planetario sin precedentes hacia un Papa recién fallecido, evoco dos encuentros con el Papa Peregrino, el primero hace 26 años y el otro hace dos décadas. Dado su lego pontificado bien puedo ahora calificar que él aún era flamante Papa en junio de 1979, luego de que siete meses antes había sido elegido 263º sucesor de San Pedro. Con mi esposa yo visitaba Roma. Sábado 23 de junio. Por la mañana estábamos en el Vaticano y ahí nos enteramos de que el Papa se asomaría por la ventana de su habitación para impartir la bendición el siguiente mediodía, hora del Ángelus. Pero dicho domingo 24 de junio debíamos viajar a París a las 09h00.
Telefónicamente pude cambiar las reservaciones aéreas de las 09h00 hacia las 17h00 del mismo domingo. Participamos en la Misa dominical de las 10h00 en la basílica de San Pedro, junto a miles de católicos de Italia y muchos países. A las 12h00, las campanas vaticanas repicaron el Ángelus, se abrieron las ventanas, y cuando apareció Juan Pablo II, la multitud estalló en aplausos y hasta sollozos de alegría. Me emocioné profundamente. Con mi camarita le tomé unas fotos a la distancia.

En julio de 1979, a la semana de haber retornado a Guayaquil, luego de retirar las exposiciones fotográficas ya reveladas, es que pude medir lo tan profundo que había sentido en mi alma aquel mediodía de domingo en el Vaticano. Minucia mía como peregrino de los apenas diez minutos que duró ese encuentro en vivo y en directo, pero colosal vivencia inolvidable para el resto de mi existencia.

Y fue hace 20 años, en 1985, sábado 2 de febrero, último día cuando Juan Pablo II iba a estar en Guayaquil, que con mi familia acudí al bulevar Nueve de Octubre para despedirlo en el momento que pasó saludando desde su papamóvil. La colosal muchedumbre saturaba los balcones como nunca antes, y la gente haciendo calle de honor también permanecía apretujada en cantidad impresionante. De pronto, desde el malecón Simón Bolívar se inició el murmullo y la agitación de los católicos anunciando que el Papa ya venía avanzando por el bulevar, y fue la segunda vez que lo vi... Tan solo fueron siete segundos. Breve instante en el bulevar y quince fotos en la plaza de San Pedro que nunca olvidaré; pues junto a las despedidas que desde todos los continentes se expresaron (tras su muerte el 2 de abril último) con sincera gratitud a Juan Pablo II, todo esto me explica que su barca de Pescador acoderó muy amorosamente instante tras instante, en cada corazón de los católicos y no católicos, dándonos nuestro Papa El Grande, una histórica y clara lección del infinito valor espiritual de la Palabra de Dios.

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Lcdo. Juan Gilbert Rizzo
Guayaquil

Presenciamos ya hace un mes (el 2 de abril) desde nuestros hogares, la multitudinaria despedida a Juan Pablo II, cabeza de la Iglesia Católica.

Ciertamente estamos en paz porque ahora él descansa y goza del Padre y su amadísima Madre María, en el Reino de los  Cielos; pero nada nos libra de la tristeza de haberlo perdido. Hay algo que quiero expresar porque  me apenó y preocupó, y fue que la Iglesia ecuatoriana casi ignoró y abandonó a sus fieles en los momentos que precedieron a la agonía, y después de la muerte del Santo Padre; ¿o es que los medios de comunicación nacional privilegian dañinas y peligrosas noticias de índole política sin solución, mientras impera la descomposición social y moral que nos aquejan?

La verdad es que no doblaron las campanas en las parroquias, no brillaron ni se ofrecieron cirios en los atrios de las iglesias que cerraron sus puertas al atardecer de ese día inolvidable.

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Comparto la impresión de lectores que dicen no ser católicos, y sin embargo, manifestaron en cartas a los lectores su pesar por la falta de algún homenaje al gran hombre que acababa de fallecer.

Judith Elena del Carmen Almeida Subía
Quito