¡Mucho lote es nuestro Poncio Pilatos! Cómo será que hasta quiso convertirse en el quinto evangelista y pretendió cambiar la Semana Santa para que el feriado comenzara en miércoles, día en que todos debíamos dejar de trabajar para honrar el turismo interno.

Pero después se arrepintió y, antes de que cantara el gallo, negó su propio decreto y, abjurando de su papel de evangelista, regresó nomás a ser Poncio Pilatos. Y se lavó las manos.

Es que, ¡qué tal que ha sido para nosotros esta santa semana que pasamos!
Verán: el martes de pasión, los fariseos –que son unos matones horribles– se tomaron el Congreso y, al grito de que nosotros sí somos bien gallos, lanzaron huevos e hirieron con el puñal de su pico a todo el que se les ponía por delante, mientras adentro otros fariseos apagaban las luces y lanzaban bombas lacrimógenas, para que no se eligiera al nuevo Fiscal y, por el ministerio de la ley, pasara a ser Fiscal el primero de la terna de Poncio Pilatos, que otra vez se acababa de lavar las manos.
¡Más lavón que es este Poncio Pilatos! Demasiado también.

¡Qué bronca! Y todo porque Barrabás, que dirigía la sesión, la clausuró sin que comenzara porque dijo que había que hacer respetar la hora ecuatoriana, ya que la que se había impuesto era la hora de nona, y él no aceptaba esa hora sino solo la de su Rólex que le habían regalado ese día, porque era su santo. ¡Qué ternura! Y por eso los policías también le regalaron su sumisión e hicieron solo lo que el hermano de Poncio Pilatos les ordenaba. Y lo que les ordenaba era que retiraran a los judiciales que querían pedir al Congreso la destitución de los miembros de la Corte que se había formado por arreglo de Poncio Pilatos, quien, eso sí, se seguía lavando las manos y diciendo que lo que él quería era convocar a una consulta para cambiar la Corte que él mismo había arreglado. ¿Entienden? No se preocupen, que eso es más o menos como el misterio de la virginidad de Poncio Pilatos: así es. Y punto.

El miércoles, que, en cambio, era el día de su santo (por algo esta semana fue tan santa), Poncio Pilatos convocó a muchos a su Palacio para hablar de su consulta, pero casi nadie fue. Más bien le dejaron que se las lavara las manos solito, porque las tenía bien sucias por haberlas metido en todos los sitios que no correspondían, y estaban, más que manchadas, percudidas de horrores, de pecados de acción y omisión, de luciedades.

Mientras tanto, el rico Epulón, que se sentía perseguido porque le amenazaban con cobrarle los impuestos si no seguía aliado a Poncio Pilatos, le daba la espalda y hacía que perdiera su mayoría en el Congreso.

El jueves todo era desconcierto, dudas, miedos, porque se sabía que, para cumplir con las escrituras, los Judas Iscariote del Congreso recibirían sus treinta monedas y volverían a entregar la Constitución a Poncio Pilatos que, el viernes, ¡tac, tac, tac!, la clavaría en la cruz. Y después se lavaría las manos, claro.

Y así terminó esta semana que en realidad no resultó nada santa, en espera de que la Constitución resucite algún día. Ojalá.