Cortesano, viene de corte. La Academia de la Lengua dice: “Personas que sirven obsequiosamente a un superior, palaciego que sirve al rey”. En las Américas y otros países del mundo ya no hay reyes, pero cortesanos sí y también, aduladores y adulones. La misma Academia define: “Adulador.- El que hace o dice con intención a veces exagerada, lo que se cree puede agradar a otro” y adulón: “El adulador servil y bajo”.

Nuestro insigne escritor y moralista Juan Montalvo dice: “La abominable turba que está con el que manda, que ayuda al revolucionario a derrocar al gobierno débil, que es revolucionario cuando las pesas caen bien, y ministerial, gobiernista, si el sueldo está seguro: a esa turba sin principios ni ley de conciencia que grita porque la mandan gritar, que calla porque la mandan callar; que tiene por bueno lo que el amo estima tal, por malo lo que él aprecia así. Dadles coyuntura de venganza, ofrecedles tenerles bien pagados, hacedles columbrar la impunidad de sus delitos, y en ella tendréis amigos fieles, cualesquiera que seáis.

“No hablo de este ni de aquel gobierno; en todos hay cortesanos, palaciegos; para estos quisiera yo un azote de Dios, un Atila que los empalase a todos, purgase y dejase limpia la tierra de esa abominable enfermedad. Filipo tuvo cortesanos, Augusto Francisco I los tuvo; y si dando un salto inmenso pasamos a nuestros países y nuestros tiempos, Castilla tuvo cortesanos. Urbina los tuvo, García Moreno, tan altivo y soberbio, tan amigo de no oír sino a sí mismo, los tuvo a su vez: estos le aconsejaban no renunciar la presidencia, y él eso se quería: estos hacían negar las renuncias, y él eso se quería; estos le decían que era hombre necesario, y él eso se quería. Y ningún emperador, rey, o presidente que yo sepa, ha desconfiado enteramente de ellos ni del  todo les ha cerrado las puertas, por bueno que fuese. Alejandro los despreciaba, Enrique IV los aborrecía; pero no ha dado el mundo sino un Alejandro y un Enrique IV”.

Si un hombre grande, inteligente, capaz y experimentado cayó en manos de los cortesanos, qué decir de los que no tienen esos méritos. Montalvo agrega: “Y, cosa rara, un bueno, un pobre hombre, el presidente Robles, no dejaba de dar sus cachetadas a los cortesanos: su hombría de bien se irritaba de la mentira, le exasperaba la lisonja, y acaso su misma medianía, teniéndole inferior al infame artificio palaciego; a esa fina pero infausta máquina de la educación política, le hacía presentarse superior por inocencia; tal es la fama de ese ex presidente, ex general y ex hombre, y tales cosas que de él he oído referir”.

Debo agregar que cualquier parecido o semejanza con otros hechos o personajes, son pura coincidencia.