El acuerdo de libre comercio con Centroamérica es una buena idea que contribuirá con el crecimiento de empleos en una región que lo necesita.

El New York Times publicó lo siguiente en uno de sus editoriales del miércoles 24 de noviembre:

Las luchas encarnizadas en el Capitolio con respecto a los pactos de libre comercio suelen aparecer no mucho después de las elecciones presidenciales. En el año 1993, Bill Clinton distribuyó muchas promesas entre todos, incluyendo a su madre, con respecto a que lograría la aprobación del Tratado Norteamericano de Libre Comercio (Nafata, por sus siglas en inglés). En el 2001 el presidente George W. Bush, en tanto, hizo que sus aliados en el Congreso mantuvieran abierta una votación durante 23 minutos adicionales para que pudiesen obligar a un congresista de Carolina del Norte a abandonar su base electoral en la industria textil y darle al Presidente el margen de un voto que necesitaba para obtener la autoridad de negociar tratados de libre comercio.

La primavera siguiente promete no ser la excepción. Bush ha dado indicaciones de que tratará de lograr la aprobación de un Acuerdo Centroamericano de Libre Comercio (ACLC) por parte del Congreso estadounidense.

Similar al Nafta, el ACLC abriría al comercio –valuado actualmente en 32.000 millones de dólares– entre Estados Unidos y El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.

Los bandos usuales ya se están formando: líderes empresariales a favor, sindicatos laboristas en contra. Muchos demócratas protestan porque el pacto no va lo suficientemente lejos para brindar protección laboral y ambiental en Centroamérica. Pero a algunos opositores se les podría creer que realmente les importa la protección de normas laborales y ambientales en Centroamérica si se hubiesen opuesto con los mismos argumentos a un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y Jordania que incluyó normas idénticas en lo tocante al trabajo y el ambiente.

El Acuerdo Centroamericano de Libre Comercio va más allá que el pacto con Jordania, ya que las multas por no hacer valer leyes laborales se quedarán en el país ofensor para que enmiende la ofensa.

Si Estados Unidos, por ejemplo, acusase a El Salvador de que no tiene suficientes inspectores en sus fábricas y llegase a ganar el caso, la multa que pagaría el gobierno salvadoreño no terminaría en la Tesorería de Estados Unidos sino que se destinaría a la contratación de más inspectores.

Es fácil entender por qué prominentes demócratas como el diputado Charles Rangel de Nueva York, el miembro de la oposición de mayor rango en el Comité de Formas y Medios de las Cámara de Representantes y una sonora voz en lo tocante al comercio, se están distanciando del Acuerdo Centroamericano de Libre Comercio. Rangel ha sido intimidado durante tanto tiempo por los republicanos que no se siente con muchas ganas de colaborar con el bipartidismo en fechas recientes.

Los pocos demócratas que apoyan algunas veces los pactos de libre comercio quieren saber qué les ofrecerán como equivalente legislativo de los siempre populares electores indecisos.

Albergamos la esperanza de que el presidente Bush y la dirigencia republicana propongan compromisos en otras áreas para cortejar a Rangel y los demócratas. El acuerdo de libre comercio con Centroamérica es una buena idea que contribuirá con el crecimiento de empleos en una región que lo necesita.

Y si a cambio Rangel y sus asociados consiguen persuadir a la Casa Blanca de reducir algunos de sus otros planes (como las reducciones fiscales para los ricos) mucho mejor.

© The New York Times  News Service.