Estamos ante un Gobierno que no tiene explicaciones para sus actos.

Todavía no nos han explicado (ni justificado tampoco) por qué destituyeron a Wilma Salgado en la AGD, ni por qué cancelaron a su sucesor para reemplazarlo por un ex ministro de Energía que no sabemos por qué se fue y por qué retorna.

No sabemos qué ocurrió en el interior del régimen con el desatinado ofrecimiento de nombrar una comisión de juristas que analice el caso Bucaram y por qué aparentemente se ha renunciado a ello, como no sea el rotundo desmentido del Ministro de Gobierno, porque ellos no tienen nada que decir sobre una materia que se ventila en las cortes de Justicia.

Cuando decidieron destituir a Elsa de Mena, el único argumento que proclamaron al paso es que no había recaudado lo suficiente; y sobre las posteriores denuncias de evasiones de impuestos mezcladas con comportamientos legislativos un tanto sorprendentes, guardan silencio.

Todavía no sabemos qué dramáticas circunstancias personales le llevaron a Yolanda Torres a retirarse del régimen. Curiosa coincidencia: sus preocupaciones domésticas coincidieron con la entrevista de Gutiérrez y Bucaram.

Al desafortunado ministro Mauricio Pozo le pasó otro tanto: se le aparecieron los “motivos personales” cuando sus posiciones ya no le convenían al Gobierno. Y ahora nos dicen, sin explicación alguna, que no necesitamos de un stand by con el Fondo Monetario que hace unos meses parecía la razón de ser del régimen.

Por último, el canciller Zuquilanda, haciendo honor al estilo de soslayamiento de su presidente Gutiérrez, destituye a dos funcionarias de la embajada en Estados Unidos, coincidencialmente una afroecuatoriana, Mae Montaño, y una indígena, Silvia  González. Y cuando se le pregunta los motivos, habla de razones presupuestarias. A otro perro con ese hueso, señor Zuquilanda.

Para este Canciller, el peso cualitativo de Montaño y González no tiene importancia al momento de filtrarse en las grandes ligas. La cuestión es obedecer a motivos secretos de un régimen que actúa en las tinieblas y con decisiones de medianoche.

¿Acaso el simplón pretexto de Zuquilanda pesa más que los motivos expresados por el embajador en Washington, Raúl Gangotena, del importante papel que jugaban las dos funcionarias frente a la diversidad de posiciones existentes en el Estado norteamericano? Y no es que ante todo ello yo esté declarando mi total ingenuidad. No, simplemente porque los hechos ocurren de forma tan grosera y desnuda, que los medios de comunicación entienden a renglón seguido los “porqué” de tanta incógnita.

El problema radica en que todo ello no hace sino afianzar la convicción de que el presidente Gutiérrez improvisa las respuestas a las coyunturas y los conflictos con desfachatez e irresponsabilidad.

Tal vez, de la misma manera que piensa que para gobernar no se necesita contar con una meta y un proyecto de gobierno, tampoco hay razón de explicar acto alguno de los que comete, más aún si no tienen lógica alguna.

“Motivos personales”, “conveniencia del Gobierno”, “razones presupuestarias” son muletillas que ya no alcanzan para ocultar incoherencias.

Lucio Gutiérrez es una cándida mezcla de silencio y exabrupto. Tiene tantos rostros como sean necesarios para sortear los salsipuedes que él mismo va generando para salir de otros salsipuedes, hasta que su realidad presidencial se le convierta en una especie de oclusión intestinal.