ATENAS.– Las Olimpiadas imponen una reflexión sobre la antigua religión griega que presentó varios dioses. “Los dioses en su conjunto representaban un solo concepto, el de la naturaleza en todos sus aspectos. Pero cada dios, por separado, estaba acompañado por una o varias de sus fuerzas. El papel de los dioses no había sido tanto el de la creación del mundo sino el de la conservación de su orden y armonía. Fue así que a cada uno de ellos se le otorgaron atributos específicos con un profundo contenido simbólico: los dioses interpretaban así todos los fenómenos que eran inexplicables. En su conjunto, encarnaban al hombre perfecto. Los antiguos griegos adjudicaron a los dioses todos los dones que anhelaban tener y de los que carecían debido a su naturaleza humana. “En contraste con otros pueblos que han profesado religiones politeístas, el pueblo griego fue excepcional por la concepción exuberante y detallada de sus numerosas divinidades, que manifiesta una singularmente intensa y dolorosa búsqueda de Dios, es decir de la explicación que igualmente le brindara consuelo y esperanza.

Los distintos juegos de cada Olimpiada: lanzamiento de disco, carrera, salto, entre tantos, invitan a meditar en que cada uno, país o individuo, puede estar participando circunstancialmente en el orden moral en un juego –en un drama– equivalente. ¿Cuál es el juego que mejor explica a Ecuador? Creo que el del flechador. Sabe estirar la cuerda del arco, colocando la flecha para arrojarla, apuntar certeramente y dispararla, pero...

No es la flecha con que Apolo mató a los ciclopes, por haber estos fabricado los rayos. No es la de Hércules, con que atravesó el águila que devoraba a Prometeo, quien fue condenado por haber revelado a los hombres el secreto del fuego. Ni la flecha de Artemisa, la diosa cazadora, que utilizando su arco de oro dio muerte a Calisto por acostarse con Zeus violando su juramento de permanecer virgen, y a Orión, por violador. Ni es la flecha con que Aquiles mató a Pentesilea, la reina de las Amazonas, de quien se enamoró de repente mientras ella desfallecía, y tampoco la flecha con que Paris mató a Aquiles al atravesar su tendón. (Es grato llamarnos países amazónicos por una concepción griega).

La flecha ecuatoriana es otra: Disparada... avanzó lentamente y, de súbito, quedó inmóvil, suspendida en el viento, sin llegar a su objetivo. Y allí ha quedado petrificada. Así fueron inutilizados, el ojo certero del arquero, su armónico pulso, la vehemencia de su músculo, la pulcritud de su tacto. Ecuador está paralizado dentro de un mundo vibrante. Su flecha ha sido interrumpida por un ambiente carente de transparencia y coraje. Este es el símbolo de sus últimos 25 años. Esta es su derrota en la Olimpiada intelectual y moral de las naciones.