No deberíamos recalcarlo, pero es necesario en un ambiente donde se entremezclan manipulaciones y verdades: todo en una sociedad es político porque se relaciona con la vida colectiva de los ciudadanos, todo tiene que ver con los compromisos, las prioridades, los equilibrios. No hay decisión alguna que sea asépticamente técnica, exenta de intereses o ideologías (... por eso el Presidente que declaró “no tener ideología” es tan incierto en sus decisiones).

Pero debemos estar conscientes que hay una verdad igual de contundente: la intervención del Gobierno en los asuntos de la sociedad, reemplazando a la libertad de los individuos, convierte a la política en una lucha despiadada por el pastel general, donde cada uno busca por todos los medios de presión sacar una tajada mayor en detrimento de los demás. ¿Ejemplos?

1) La discusión sobre el uso de los fondos de reserva del IESS no debería existir, porque los fondos no deberían existir. Si se trata de un mecanismo de ahorro obligatorio, lo óptimo es dejar que cada individuo decida libremente cómo usar sus recursos.

2) La polémica sobre el aumento de pensiones y las inversiones del IESS sería enfocada de manera muy distinta si los afiliados tuvieran la libertad de poner su dinero libremente en organismos especializados que actúen de manera competitiva. La especialización de estas entidades llevaría a que diversifiquen sus inversiones y decidan de manera autónoma (fuera de la presión política) si invierten o no en papeles del Estado o en obras municipales (seamos justos, la presión política existiría, pero sería más fácil de “torear”).

3) La discusión sobre las pensiones sería menos pública si cada uno tuviera su cuenta de ahorro individual en lugar de nuestro sistema de caja colectiva (y negra). Cada uno llegaría a la jubilación con sus propios ahorros, y eventualmente un complemento que la sociedad decida otorgarle vía impuestos (en ese aspecto la pelea política sería inevitable).

4) El tema del petróleo sería radicalmente distinto si no se nos hubiera arranchado abusivamente su propiedad. Los ciudadanos entregaríamos, sin tanta verborrea, el desarrollo de ese producto a empresas especializadas, muy pocos escogerían a Petroecuador como su aliado estratégico (el “amor” que algunos demuestran por la empresa estatal es simplemente porque no nos sentimos dueños del petróleo… ¿Entregaría usted libremente la administración de su negocio a una institución estatal?).

5) No existirían las huelgas por aumentos salariales si los empleados públicos estuvieran en las mismas condiciones de competencia que los privados. Pero esas huelgas se “justifican” cuando recordamos que el salario básico en el sector público supera los 300 dólares mensuales, y es de apenas 166 dólares en el privado.

6) La famosa educación gratuita es solo un eufemismo cuando esa gratuidad alguien la está pagando. Si queremos ayudar a los pobres, lo idóneo es entregarles abiertamente cupones educativos para que vayan a educarse libremente donde mejor les convenga y no sean prisioneros de las escuelas fiscales (pagando con esos cupones y con el aporte adicional propio que consideren conveniente).

¡Los gobiernos solo avivan los intereses y empobrecen a todos!