MADRID.– La Unión Europea tiene una Constitución, la primera, aunque propia y técnicamente no sea una “constitución” a pesar de que así se denomine, porque la UE no es un Estado. Se trata más bien de ciertas normas marco que regirán como Ley Superior dentro de los 25 países que conforman la Comunidad.

Durante los próximos dos años, dichos estados deberán ratificar ese cuerpo legal para su entrada en vigencia, bien sea a través de sus respectivos parlamentos o por un medio más directo como es un referéndum, según ya lo han anunciado Inglaterra, España y Francia.

La Constitución comienza diciendo: “Los reyes y los presidentes de los 25 países de la UE citados por orden alfabético...”, cuando debería ser al revés, primero los presidentes y después los reyes, pues aquellos son electos por el pueblo, depositario –como todos sabemos– de la soberanía popular, mientras que el poder y los privilegios de estos provienen de la familia y de la sangre, circunstancias explicables cuando se originaron los estados pero inaceptables en el siglo XXI, por lo menos para cualquier ciudadano con talante democrático, liberal y republicano.

(Y como acotación al margen, nunca he encontrado una justificación de fondo –salvo las rivalidades histórico/políticas– para que España escogiera como forma de gobierno, hace menos de 30 años, en la era espacial y cibernética, la monarquía antes que la república).

La Constitución europea refleja un gran y plausible esfuerzo de 25 naciones por unificar el continente luego de la guerra fría, de las caídas del Mundo de Berlín y del Telón de Hierro y de la desintegración de la URSS, para culminar lo cual todavía falta –como ya anoté– andar algún trecho, aunque la mayor longitud del camino ya ha sido recorrida.

La Constitución no hace referencia en su texto –como proponían algunos países– a la “herencia cristiana” presente en la vida europea, talvez porque, aunque resulte innegable esa vinculación, su mención hubiera supuesto señalar en un instrumento que va a regir en estados esencialmente laicos, una determinada inclinación religiosa matizada con connotaciones históricas, además de que estados como Turquía, con gran población musulmana y futuro posible miembro de la UE, se sentiría alejado de tal documento al igual que otros países que podrían ingresar después.

Es muy decidor que en el preámbulo de la Constitución, Europa exprese que “unidos en la diversidad”, están seguros de ofrecer a sus ciudadanos las mejores posibilidades de proseguir, respetando los derechos de cada uno, “la gran aventura que hace un espacio privilegiado de la esperanza humana”. El principio que recoge nuestra Constitución Política al declarar que el Ecuador es un Estado “pluricultural y multiétnico” es el mismo que trae la Constitución de la nueva Europa y que le sirve de fortaleza antes que de debilidad: “unidos en la diversidad”.