Dicen que en los malos momentos es cuando, quizás, surgen los grandes cambios. He pensado en esto al oír ciertos comentarios en estos días en que otra vez el país caía en la desazón e incertidumbre de querer cambiar al Presidente pero no saber a qué vacío eso nos podía conducir (aún más complicado, cuando el propio Gobierno es un generador de vacíos). Uno en el campo de la educación: “Nada se puede esperar de cambios en la política educativa, la única esperanza es que aparezcan mil esfuerzos de los ciudadanos, aunque sean dispersos, para ir cambiando localmente el sistema”. Otro de un analista político: “Creo que hay un gran desencanto de la política, y cada uno intenta refugiarse en lo suyo, resolver sus problemas y no darle demasiada importancia a lo colectivo”.

Todo esto puede, en primera instancia, dar una impresión de destrucción colectiva, de imposibilidad de construir una colectividad (ojo, muy diferente de querer construir un “ser colectivo” que nos guíe por encima de nuestros deseos individuales). Cuanto más busquemos nuestra individualidad, más nos alejamos de un posible sendero. Hay un cierto riesgo de caer en esa dirección… pero quizás es una gran oportunidad para iniciar otra vez el proceso de construir una sociedad sobre sus reales cimientos. No sobre esas visiones mesiánicas que nos han llevado a delegar en manos del Estado, y en consecuencia de la clase política, la solución a nuestros problemas. A nosotros nos han dejado solo el derecho a plantear preguntas, jamás el derecho a buscar las respuestas. Preguntas que quedan siempre vibrando en el aire sin que nadie las recoja, puesto que el político escucha otras voces y otros intereses. Reconstruir a partir de la individualidad de la microeconomía y de la microsociedad.

Si en la educación pudiéramos liberar mil fuerzas e iniciativas, si pudiéramos entregar libremente nuestro dinero de los impuestos al desarrollo de nuevas escuelas, si grupos de gente interesada (¡sí, en la vida hay que tener un interés directo para que las cosas se muevan!) pudieran recibir esos recursos y hacer proyectos con fines de lucro claramente proclamados (¿acaso no puede haber interés, lucro y buenos resultados en atender a la gente de más bajos recursos?). Si los maestros pudieran encontrarse libremente con los padres de familia en cada escuela (quitando la cortina de humo de la UNE de por medio) y negociar cómo, con interés (¡otra vez!), se va a plantear un desarrollo económico y educativo conjunto. Si pudiéramos escoger libremente dónde poner nuestros ahorros para jubilación (el que prefiera mantenerse en el IESS tendría todo el derecho de hacerlo). Si nos permitieran votar libremente en las elecciones para que voten los realmente motivados y no los que rayan cualquier cosa para obtener la famosa papeleta.

¿Se puede? Sí se puede… pero, ¿permiten las leyes movimientos tan descentralizadamente lejanos al centro del poder político? Quizás no, o quizás hay que seguirlo empujando en cada grieta donde sí se puede alcanzarlo. Tenemos entonces un objetivo claro: ¡hallar esas grietas!