Desde la óptica de los países en desarrollo los mayores y mejores esfuerzos han sido orientados al multilateralismo, bajo el supuesto de que la negociación conjunta les da fortaleza en la relación con los estados de mayor poder económico y político.
En la práctica el multilateralismo político se ha venido limitando a declaraciones teóricas en la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas, la Unesco, la FAO, en cuanto a las demandas de nuestros pueblos y gobiernos, que alcanzan relativa vigencia dependiendo del contagio colectivo universal que las respalde. El reconocimiento del Estado palestino y la sobrevivencia de Arafat, así como el fin del apartheid y la liberación de Mandela en Sudáfrica, fueron resultado de la presión internacional, incluyendo organizaciones no gubernamentales y de activistas sociales de los países centrales del capitalismo, cuyos gobiernos no aceptaron inicialmente las resoluciones de la Asamblea de la ONU, pero luego tuvieron la inteligencia y la habilidad de establecer los lazos que hagan menos dolorosas las resignaciones a que se vieron obligados.
El multilateralismo económico, desde los intereses de los países de menor poder tuvo inicialmente el auspicio de los organismos especializados de las Naciones Unidas, por ejemplo, en el caso de América Latina, la Cepal con sede en Chile, y las conferencias mundiales especializadas de la Unctad bajo la orientación de Raúl Prebisch. Pero, desde los países dominantes se creó otro multilateralismo que es el de los organismos financieros internacionales, el FMI, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, para nuestro continente, y otras entidades regionales, en que el poder de voto está en función de su capitalización, con lo cual la vinculación que se produce con los países proveedores de los mayores recursos financieros es inevitable. También tienen algo de bueno, la disciplina, aun cuando a veces deshumanizada, y la técnica en elaboración de proyectos.
Las reflexiones anteriores son convenientes para analizar el entorno teórico del Alca –la asociación para el libre comercio entre las Américas– y el Tratado bilateral de libre comercio entre Estados Unidos y nuestros países en singular, como posibilidad real y próxima.
Los antecedentes están en el Tratado similar entre Estados Unidos, Canadá y México, luego el celebrado con Chile.
Parecería que la potencia del Norte, ante la agresividad de varios sectores sociales contra el Alca –en el Ecuador el presidente Gutiérrez, en su promoción política entre el 2000 y el 2002 hizo suyas esas críticas y quienes eran sus partidarios se tomaron las calles de Quito, en noviembre del 2002, con representantes de organizaciones sociales de América Latina– y sobre todo, ante la serenidad con la que Brasil, bajo el gobierno de Lula, propone elaborar una contrapropuesta desde nuestros países a la del Alca en la visión norteamericana, diferente del solo rechazo de grupos sociales e indígenas y de la oposición absoluta del gobierno venezolano, retorna a la opción de los tratados bilaterales, propuesta a varios gobiernos. Está por verse la capacidad negociadora, a sus posibilidades me referiré en próximo artículo.