Viajar a Salinas a pasar las vacaciones invernales durante mi niñez, adolescencia y juventud fue un regalo extraordinario de mis tíos Héctor y Ruth.

Utilizamos los medios de transporte propios de la época. Primero por la vía férrea parecía que volábamos en el autoferro, salvo una vez que se atravesó un caballo, lo aplastamos y nos hizo detener.

Después y más rápido íbamos por la carretera; entonces nos repartíamos entre el mixto, que llevaba muebles, equipaje y a algunos de nosotros, y el automóvil en que viajaban los mayores y los más pequeños.

Solo una vez, al regresar durante la temporada de 1953, por el fenómeno El Niño, debimos utilizar canoa para pasar el crecido río Verde.

El trazado de la carretera es casi el original, salvo variantes para disminuir curvas, y ahora se la amplía al doble de ancho y se hacen pasos laterales en varias poblaciones, para acelerar el tránsito y disminuir las colisiones.

Cuando viajo disfruto los paisajes, la armonía de los árboles y la variedad de las flores, que actualmente tiñen de amarillo las zonas cercanas a Zapotal.

Desde hace varios meses me tentaba un letrero que ofrecía una alternativa para llegar a Salinas, yendo por Anconcito, evitando pasar por Santa Elena y La Libertad, donde el tránsito es muy lento.

El domingo en que finalizó el largo feriado de año nuevo, al contemplar la casi compacta columna de vehículos que parecía una cadena entre Salinas y La Libertad, tomé la decisión.

Regresé sobre parte de lo recorrido, fui hacia Mar Bravo, pasé por Punta Carnero, Anconcito, Ancón, Atahualpa y arribé a la planta de Aguapén e ingresé a la carretera hacia Guayaquil.

¿A cuántos vehículos sobrepasé con esa maniobra? Nunca lo sabré. Agradecido e interesado, en el siguiente viaje decidí ir por allí hacia Salinas, y como era un atardecer pensé que podría observar la famosa “caída de sol” en Mar Bravo.

No pude, pero en el último viaje lo logré. Fueron doce kilómetros de un paisaje espectacular desde Anconcito hasta la cerca de la FAE. Pocas veces tenemos tal extensión para contemplar el mar mientras viajamos.

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