El próximo septiembre se cumplen cien años del nacimiento de José de la Cuadra. Universidades, centros culturales, academias y medios de comunicación están devolviéndonos la memoria del escritor genial de la Generación de 1930, militante en el Grupo de Guayaquil. “Éramos cinco, como un puño”, dijo en el entierro de Cuadra, Enrique Gil Gilbert, refiriéndose a Gallegos Lara, Aguilera Malta, Pareja Diezcanseco, De la Cuadra y a él mismo.

En conferencias y ensayos literarios se reconocen las excelencias del narrador: su habilidad impar para trazar retratos humanos, su ingénito sentido del humor, su difícil facilidad de condensar en los límites breves de un cuento todo un vuelo de la imaginación que por obra y gracia del narrador adquiere en pocas páginas tanta vida como los seres y las cosas de la existencia-mía-tuya-suya-nuestra y vuestra. Nadie en nuestra literatura ha descrito como Cuadra el paisaje interior y el exterior y ha puesto a caminar a tantos seres de carne y hueso. Por ello, Ángel F. Rojas lo calificó de una especie de Dickens criollo.

Sus libros de cuentos y novelas pasaron de la breve y mortal existencia que tenemos todos a la inmortalidad de las letras clásicas. Ello ocurre, por citar solo unos pocos casos, con personajes como los músicos de banda de pueblo, o como Nicasio Sangurima, el patriarca montubio. “–Aquí donde me ven, postrado, jodido, sin casi poder levantarme de la hamaca, cuando mozo hacía daño... Le clavaba los ojos a una mujer, y ya estaba... No le quedaba más que templarse en el catre...”.

O como la niña Pancha a la que dicen la Tigra: “la niña Pancha es una mujer extraordinaria. Tira al fierro mejor que el más hábil jugador de los contornos: en sus manos, el machete cobra una vida ágil y sinuosa de serpiente voladora. Dispara como un cazador: donde pone el ojo, pone la bala...”.

Y hasta son animales como Guásinton, un lagarto montubio: “–Estaba en celo Guásinton, y venía río abajo, con la hembra, sobre una palizada. Un  vapor de ruedas (creo que fue el “Sangay”; sí, fue el “Sangay”) chocó con la palizada. Guásinton se enfureció; figúrense, lo habían interrumpido en sus coloquios; se enfureció y partió contra el barco. Claro: una de las ruedas lo arrastró en su remolino, y no sé cómo no lo destrozó; pero, la punta de un aspa le cortó la mano derecha”.

La obra literaria de José de la Cuadra evidencia su fuerte y pareja cualidad de escritor a tiempo completo. Muerto muy joven (a los 37 años de edad) escribió y dio a la estampa los libros siguientes. Cuento y novela: Oro de sol, Perlita lila, Olga Catalina, Sueño de una noche de Navidad, El amor que dormía, Repisas, Horno, Los Sangurimas, Guásinton y Los monos enloquecidos. Crónica y ensayo: 12 siluetas y El montuvio ecuatoriano. Ello, además de artículos publicados en revistas y diarios nacionales y extranjeros. La Casa de la Cultura Ecuatoriana tuvo el acierto de reunir esa abundante y excelente producción y publicarla en 1958 con el título Obras completas, con prólogo de Alfredo Pareja Diezcanseco y notas de Jorge Enrique Adoum.