El tema de la corrupción genera varias lecturas; en este caso de la realidad política y económica, de los liderazgos, así como de la marcada debilidad de la familia y la caída de los referentes ante un modelo marcado por el individualismo y el hedonismo.

Un punto de partida es el reconocimiento –aunque nos pese– que nuestra sociedad está profundamente enferma. Y esta enfermedad no es otra que la desvalorización del “otro” y del “nosotros”, en aras del egoísmo, el dinero fácil, la ganancia oportuna, el placer superfluo, el poder por el poder y, en general, el doble estándar o doble moral que atraviesa todo el cuerpo social.

Una sociedad deformada por valores que se predican pero no se viven es el caldo de cultivo de la incertidumbre y la degradación paulatina, donde la infracción es la norma y no la excepción. Así, vemos con tristeza que en muchos espacios sociales, económicos y políticos prevalecen la mentira y el engaño elevados a la “categoría” de fortalezas de unos cuantos, en los que la “viveza criolla” es el sistema que otorga poder y ganancias sin límites, a costa de un Estado –de todos y de nadie–, que la mayoría quiere perjudicarle o sacarle ventajas.

El endograma, según los estudiosos de las ciencias de la cultura, explica en parte este fenómeno. El endograma es una impronta o matriz mediante la cual los sujetos internalizamos valores, actitudes y creencias propios o ajenos, que se expresan en prácticas sociales conocidas como “ethos”.

La cultura está “llena” de endogramas que dan carácter, diferenciación e identidad a los pueblos y naciones. Las culturas científicas, por ejemplo, tienen un fundamento lógico o racional; en las culturas andinas, en cambio, prevalece el mito: la tradición y la reciprocidad antes que la contraprestación, la astucia y la picardía.

Los vehículos para crear endogramas, han sido por antonomasia, la familia y la escuela, como entidades formadoras de valores humanos, y dentro de este contexto, la religión también articuló las creencias, los conocimientos y las prácticas individuales y sociales a un conjunto de valores reconocidos por la comunidad.

Pero hoy, algunos medios y su estrella, la televisión, han colocado en el mismo “saco” a los objetos de consumo masivo junto a los valores humanos, otrora referentes máximos de nuestra cultura. El resultado de esta “ola” de permisividad ha sido un endograma evidente: la amoralidad secularizadora que quita referentes y ahoga el grito de unos pocos que predicamos en el desierto.

Lo grave es que frente a esta gigantesca “ola” la educación no hace nada o muy poco; más bien reproduce el modelo. Alguien decía que el “sistema educativo se colgó hace algún tiempo”. Por lo tanto, ya no educa la escuela, los chicos no leen, los profesores tampoco. La educación ya no crea endogramas –valores– que se conviertan en “carne” de nuestra cultura. Y nos vamos vaciando poco a poco de nuestro ser, llenos de aparatos y tecnologías que “atrapan” a nuestros niños y jóvenes, futuros consumidores de corrupción...

Así, el ritual de cada mañana se repite, cuando vemos y leemos las noticias, y repasamos ingenuamente el gol o el autogol que, de tiempo en tiempo, nos meten nuestros líderes.