En una edición pasada, Germán Arteta, compañero de este Diario, abrió el filón de los apodos de los futbolistas. Y eso desgarró –como una cuchillada– mis recuerdos.
Se apellidaba Calvache, jugaba en el Dep. Quito y era regordete, pequeño, sólido, macizo. Lo de Refrigeradora se lo chantó Carlos Rodríguez Coll, un genio para locutar. Y para poner apodos, por supuesto. Carlos, inteligente y rápido como buen manaba, narraba los partidos a través de la radio con tal despliegue de color verbal, con tal calidad de imágenes, que era conocido como “el hombre que televisa el fútbol”. Fue también quien dijo que a la pelota no se la patea sino que se la acaricia, porque tiene alma de mujer. Y quien dio al fútbol un título real, al invocarlo como Su Majestad.
Domínguez, un jugador del Aucas, corría por toda la cancha de manera infatigable durante los 90 minutos. Rodríguez Coll lo bautizó de Tres pulmones. De él se cuenta una anécdota que después he leído exactamente igual, pero personificada por un extranjero. Entonces, no sé a quién pertenezca en realidad esta historia: Le preguntaron cómo podía ser posible que corriera tanto, que si en verdad él tenía tres pulmones. Y respondió: “No señor, ¡qué va! Yo tengo un pulmón, como todo el mundo”.
Aunque me pase de la cancha al ruedo, viene a colación la respuesta que dio el torero Jesulín de Ubrique cuando le pidieron que definiera una lucida faena de un colega suyo. Jesulín dijo que iba a calificar esa faena con solo dos palabras: im (pausa que marca la separación de una palabra con otra) presionante.
Pero volvamos al fútbol. Romanelly era un defensa uruguayo que jugó primero en D. Quito y después en Emelec. Era pequeñito y aguerrido, pero rudo. De esos que como premisa tenían no dejar pasar la pelota y, si esta se escapaba, no dejar pasar al hombre que la transportaba. Se quedó con el remoquete de Nerón.
Tarsis era un argentino narizón. Como en esa época ni se soñaba en la dolarización, la moneda que circulaba era el Sucre, conocida popularmente como Ayora, que mostraba en el anverso el perfil igualmente narigudo del Mariscal de Ayacucho. Pues Tarsis pasó a llamarse Ayora. Ayora Tarsis.
Enrique Portilla se movía de la cintura para abajo. De la cintura para arriba era rígido como un palo. Al correr parecía que se desplazaban solo las piernas, mientras el torso se quedaba atrás. Pasó a ser El enyesado Portilla.
Y además, claro, estaban Paréntesis Santander, por su piernas arqueadas; el Destroyer Romero; el Dibujante Guzmán; Leoncito Gutiérrez, El Almirante Nelson y El Mariscal Ocampo... Todo eso en un momento en que el vocal de turno era, indefectiblemente, Jaime Payaso Vega, y los balones Zambrano o Pichurca, que eran de puro cuero, tenían alma de mujer...