Por Msc. Rafael Montalván
Especialista en Lengua y Literatura

El cuento ‘Macario’, que integra el libro ‘El llano en llamas’, de Juan Rulfo, inquieta a mis alumnos por los tremendismos que aparecen en la historia.

Lo comentan desde varias aristas, incluida la axiológica.

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Según ellos, el personaje homónimo se presenta ingenuo porque cae en el juego sexual que le impone Felipa; se muestra laborioso porque colabora recogiendo la leña antes de comer y porque lava los trastos después de comer.

La etopeya de Macario se construye por sus creencias religiosas extremas que llegan a lo supersticioso y por su ciega obediencia a su Madrina que es quien compra los alimentos y reparte la comida que Felipa prepara. Su apetito insaciable (solo quiere estar comiendo), que lo convierte en un extraño degustador de lácteos y batracios, revela que no es un actuante cuerdo, actitud que se reafirma cuando descubrimos que gusta de golpear su cabeza de manera constante como si fuera un tambor. Mis alumnos coinciden en afirmar que Macario es un hedonista que se entrega al placer, aunque sin plena conciencia; sin embargo, refleja una ternura atípica, pues mediante la hermenéutica podemos inferir que es un adolescente que por sus acciones está desarrollando cierta corpulencia con una mentalidad de apenas un niño.

Martín, Patricio, Emilio, Ariana, Valeria, Andrea, Grace, Fiorella y Cristhian disfrutan la lectura que propone el mexicano, autor de ‘Pedro Páramo’.

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Ah, también consideran que Macario se asienta en una línea donde trasciende el antivalor. Yo les digo que apreciar buena literatura es un ejercicio de suprema libertad artística. (O)