En los vuelos de San Francisco a Hong Kong, los pasajeros de primera clase disfrutan de refinadas ensaladas que combinan distintas verduras y cangrejo real o lomo de res y se pueden estirar en asientos amplísimos que se convierten en camas. Antes de acostarse se les sirve un champagne de marca.

Lo que más desean estos pasajeros, no obstante, no tiene nada que ver con la comida, los asientos o la bebida: su mayor deseo es estar lo más distanciados posible del resto de los pasajeros. Y las aerolíneas están haciendo lo posible por complacerlos.

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La idea es ofrecer una experiencia exclusiva, completamente separada de la de las masas que viajan en clase económica. Es una de las áreas en las que la brecha entre el 1% más rico y el resto ha aumentado.

Muchos viajeros ricos que toman vuelos internacionales pagando 15.000 dólares por pasaje se embarcan en salones separados y son llevados a los aviones en autos de lujo. Otros pueden gozar de esos privilegios usando al menos 200.000 km (125.000 millas) de sus programas de viajeros frecuentes.

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Cuando la Emirates Airlines abrió una nueva terminal en Dubái el año pasado, se aseguró de que los pasajeros de la clase económica no se mezclasen jamás con los viajeros de primera clase o clase ejecutiva. El piso de arriba del edificio está reservado a los pasajeros de las clases superiores, que abordan directamente el segundo piso de los Airbus A380 de la aerolínea. Los pasajeros de clase económica lo abordan un piso más abajo y se acomodan ahí, sin entrar en contacto nunca con los de las otras clases. El mismo trato se repite en el desembarco.

Hay mucho dinero en juego El año pasado, un vuelo entre Nueva York y Hong Kong en Cathay Pacific costaba $ 1.600 en clase económica, 7.600 en ejecutiva y 19.000 en primera.

En Emirates los pasajeros pueden hasta darse una ducha en pleno vuelo. El trato especial está en todo. Aerolíneas como Lufthansa tiene una terminal separada para los pasajeros de primera clase en Fráncfort.