Narcotráfico, violencia, desplazamientos, corrupción. Figuran entre los temas más tocados durante las meditaciones del Viernes Santo. Lo trae la prensa internacional en las crónicas del Vaticano y lo rezaron quienes recorrieron las catorce estaciones del calvario padecido por Cristo recordado en las procesiones locales.

Son delitos que laceran, como se dijo en la procesión del norte de Guayaquil, en la del Cristo del Consuelo o en la de Jesús del Gran Poder, en Quito. La fe cristiana pone en la oración el fin de la violencia, pero no pasa por alto, para todos, sin importar el culto que se profese o no, que es responsabilidad de los poderes del Estado frenar a quienes delinquen.

Mientras se esperan las propuestas concretas de las mesas interinstitucionales que se instalaron en marzo para luchar contra la inseguridad, los hechos violentos no cesan.

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El pasado viernes, en un sector rural de Esmeraldas se descubrieron los cuerpos sin vida de tres jóvenes mujeres que estaban reportadas como desaparecidas en Santo Domingo de los Tsáchilas.

La semana que terminó, en la cárcel de máxima seguridad La Roca, tres reos murieron a bala. ¿Cómo ingresaron las armas?

Delincuentes que habían secuestrado a un comerciante le cortaron un dedo para presionar a su familia a pagar un rescate. La Unase logró liberarlo, pero será difícil para él y su familia recuperarse de ese suceso.

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La paciencia se acaba cuando la delincuencia lacera a la sociedad. El debate del porte y tenencia de armas está vigente y aun cuando se emitan reglamentos y normativas hay conciencia de que no es la panacea. El Estado, con todas las funciones incluidas, tiene la responsabilidad de velar por la seguridad ciudadana.

Cuando la vida está en juego se deben dejar banderas políticas, intereses partidistas, egos y conveniencias. El país necesita de acciones integrales para luchar realmente contra el narcotráfico, la violencia y la corrupción que empujan a una migración que tampoco es una solución. (O)