La Navidad es considerada la fiesta más importante del cristianismo, en la que se conmemora el nacimiento de Jesús de Nazaret cada 25 de diciembre. No es, sin embargo, una celebración exclusivamente religiosa: en todo el mundo cristiano es también ocasión de encuentro entre familias y amigos, un tiempo propicio para compartir y reafirmar valores como la paz, la solidaridad y la esperanza.
El sentido profundo de la Navidad se encuentra en el misterio de la Encarnación, entendido como la manifestación de Dios para la salvación de la humanidad. Por ello, los cristianos no solo tienen motivos, sino un compromiso moral de celebrarla, pues con Jesús nació la esperanza de amor, paz y salvación para todos.
El verdadero significado de la Navidad se comprende a partir de lo que este acontecimiento aportó a la humanidad. Seas creyente o no, cristiano o no, este tiempo invita a la reflexión sobre lo que somos y lo que debemos ser, sobre lo que hemos hecho y aquello a lo que estamos llamados a hacer. Supone examinar nuestra actitud ante la vida y reafirmar la práctica de principios éticos y morales, así como de valores humanos y ciudadanos de solidaridad, humildad, unión, amor, paz y esperanza.
Vivimos, sin embargo, en un mundo cada vez más deshumanizado, donde la codicia, el hedonismo, los intereses particulares, el irrespeto y la corrupción han erosionado las bases de la convivencia social y a la familia. A ello se suman corrientes ideológicas que relativizan la naturaleza humana y el sentido mismo de la vida, desconociendo principios biológicos y antropológicos elementales, así como el valor intrínseco de la procreación y de la vida por nacer, frecuentemente supeditados a intereses o concepciones individuales presentadas como derechos absolutos. Por construcción mental un ser humano puede alterar el sentido natural de su existencia y concebirse perro, gato o caballo, o cuando el hombre dice ser mujer, o viceversa, porque así se perciben dentro de su disforia mental. La aceptación acrítica de estas posturas, impulsadas desde ciertos sectores ideológicos, profundiza la confusión moral y el deterioro del tejido social.
Frente a este escenario, se vuelve urgente acoger el mensaje cristiano del amor y el respeto al prójimo, expresado en la práctica coherente de valores humanos y ciudadanos que dignifiquen a la persona y fortalezcan la convivencia.
El Ecuador no es ajeno a esta realidad. El país atraviesa tiempos difíciles, marcados por problemas económicos, persistentes casos de corrupción en distintos estamentos del Estado y una grave crisis de seguridad, visible en la violencia criminal en las calles y hogares, en las cárceles y en la pérdida cotidiana de vidas a causa del crimen organizado y la delincuencia común.
Ante esta situación, se requiere una decisión firme de las autoridades para actuar conforme a la ley y al derecho, combatir la corrupción y promover un gran acuerdo nacional que priorice el bien común y el futuro del país por sobre intereses particulares. En este tiempo de Navidad, el nacimiento de Jesús nos recuerda que, aun en medio de la oscuridad, siempre puede nacer la esperanza. (O)










