“Confusión es una palabra que hemos inventado para un orden que no entendemos”. Palabras más, palabras menos, era la expresión que utilizaba Henry Miller para referirse al mundo cambiante en que situaba la trama de uno de sus Trópicos. La actual situación latinoamericana le da toda la razón. Hasta hace pocos años era muy fácil mirar la brújula ideológica y señalar hacia dónde había girado el continente. A la ola de las dictaduras le sucedió la de las transiciones a la democracia, a esta la de las reformas neoliberales que, a su vez, fue remplazada por la del giro a la izquierda. Cuando esta última concluyó, muchas voces aseguraron que el péndulo se iba hacia el otro lado. Sin embargo, lo que se ve ahora en el continente es algo muy distinto a una definición ideológica. Es ese orden que no entendemos.

No se encuentra una orientación común en hechos como el proceso electoral peruano, la magnitud de la protesta social en Colombia, la sorpresiva desestructuración del sistema político chileno, la dictadura desembozada del dúo nicaragüense Murillo-Ortega (en ese orden), el desastre venezolano con la mayor diáspora de la historia continental, las arbitrariedades del salvadoreño Bukele refrendadas electoralmente o la incapacidad autoritaria del brasileño Bolsonaro. A todos esos procesos no les une un signo político. La explicación no está en la izquierda o en la derecha, ni en las mutuas acusaciones de fracasos. Es algo más profundo que las posiciones políticas y que las recetas correspondientes. Es, como lo han planteado varios autores desde diversas perspectivas, el virus que ataca desde adentro a las democracias contemporáneas.

El virus no está en la ideología, con la excepción obvia de las posiciones más extremas que lo inoculan en la población o que se consideran ellos mismos como la vacuna infalible para combatirlo. Está, como gustan decir algunos, en las condiciones estructurales de nuestras sociedades. Pero, la pregunta obvia es por qué se manifiesta ahora y por qué no apareció en años anteriores. La respuesta, según autores como Levitsky & Ziblatt, Anne Applebaum, Leonardo Morlino o Manuel Alcántara se encuentra en el propio ejercicio democrático o, más bien, en el mal ejercicio democrático. La sobrecarga de ofertas imposibles de ser cumplidas, la polarización inducida por caudillos salvadores, la concepción de la política como un ejercicio de élites minúsculas, y, sobre todo, las conductas autoritarias, corroen internamente a la democracia. A esas causas, que son principalmente atribuidas a los políticos, se añaden la apatía y el desencanto de la ciudadanía que, al abandonar su responsabilidad, vacía a la democracia de participación. De esa manera se cierra un círculo que lleva a lo que Alcántara denomina la democracia fatigada. El resultado son situaciones como la reciente elección peruana, en que únicamente se podía escoger entre dos desastres.

Como la mayoría de virus, este ataca a varios órganos y los debilita hasta hacerlos inoperantes o claramente hasta destruirlos. Los cinco órganos vitales de la democracia (Estado de derecho, elecciones libres, competitivas y efectivas, derechos políticos, separación y equilibrio de poderes, control ciudadano a los políticos) se ven afectados en diversos grados por políticos de todos los signos ideológicos y también por la indiferencia ciudadana. La vacuna está en algún laboratorio desconocido. (O)