Hay días en que los distintos temas se agolpan en mi cabeza pugnando por ser los elegidos para una nueva columna; pero, a veces, como ahora, las ideas son esquivas. Estoy cansada de escuchar sobre la obligatoriedad de vivir en un constante estado de felicidad. Hace poco escuché: paso del enojo a la tristeza y necesito estar en soledad hasta que todo pase, y me quedé pensando que “estar mal” a veces está bien. Es lo que nos humaniza, recuerda nuestra pequeñez y nos brinda una dosis de humildad. Pero ¿qué hacer cuando vivimos algo así? No acierto a encontrar la respuesta correcta. Cada persona es un mundo, pero creo que lo primordial es el respeto al espacio del otro, aunque justamente con la gente que quiero me cuesta un poco. Mi demostración afectiva está ligada a la cercanía, sin embargo, hay momentos en que es necesario alejarnos, para permitir que las cosas fluyan. También, es importante aceptar que cada persona vive los procesos de manera distinta. Nadie siente ni reacciona igual, y es válido. Ahora, cuando somos nosotros quienes atravesamos situaciones complejas, recordemos que estar en silencio y desear distancia está bien, pero hablar es fundamental.

En consecuencia, la vida tiene matices y el gris es parte de ellos. No todos los días son coloridos ni llevan música para bailar, y lo interesante es comprender que está bien. Las redes sociales nos quieren hacer creer a través de un positivismo tóxico que, si no estamos felices de manera constante, estamos mal. Nos quieren volver adictos a subir fotos donde salimos en lugares hermosos y siempre divirtiéndonos, porque de lo contrario estamos fracasando. La idea de que todos se divierten menos yo o todos son muy felices menos yo es una de las razones que han llevado a mucha gente, especialmente adolescentes, a caer en cuadros depresivos o de ansiedad. Los adultos no estamos exentos de ello. Por tanto, es necesario aceptar que no siempre estaremos bien. La vida real tiene buenos y malos momentos. Es primordial salir un poco de redes sociales donde casi todo es falso. Es recurrente, por ejemplo, que las parejas que más alharaca hacen en sus demostraciones afectivas en redes suelen ser las que más problemas tienen en la vida real. No son todas, siempre hay excepciones y jamás se puede generalizar, pero mayoritariamente sucede.

De esta manera, creo que es interesante empezar a vivir para nosotros. Estoy convencida de que el amor salva, y el tiempo ayuda a sanar heridas, pero el silencio es un tema que puede crear distancias irreversibles. Siempre confío en las palabras como un puente que ayuda a encontrar nuevos caminos en cualquier proceso.

Finalmente, escribo pensando que vivimos en medio de una vorágine informativa que genera agobio y ansiedad desde todo orden, afectándonos de manera personal, así que no caigamos en el error de creer que debemos estar subidos permanentemente en un arcoíris musical. Aceptemos la vida con sus matices, disfrutemos los buenos momentos y lloremos los días tristes, recordemos las palabras de Albert Camus: “En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habita un verano invencible”. (O)