Siempre clamamos a Dios para corregir las consecuencias de nuestros errores. Peleas y accidentes evitables; desastres naturales prevenibles; elecciones que pudieron pensarse; guerras que debieron impedirse; faltas contra el prójimo, la naturaleza, los niños, devueltos por el karma, a veces con furia aterradora. “¡Solo queda rogarle piedad a Jesucristo!” exclamó un señor en la organización donde el pensamiento crítico choca contra “sabios profetas de lo absurdo”, “iluminados celestiales”, “quirománticos enajenados”, “filósofos exaltados”, “magos” de la entelequia arrepentidos de decisiones electorales. “¡Dejen a Jesucristo en paz!; no lo exhorten más; hay que mandarlo de vacaciones. Ojalá a Las Bahamas. ¡Háganse cargo de sus malas decisiones!”, gritó Rodolfo, cabreado de súplicas lastimeras por necedades humanas al elegir dignidades para luego lamentarse.

El individuo se equivoca en todo ámbito de cosas, como si fuera a propósito, en espera de que Dios corrija sus desaciertos. Contamina el medioambiente y luego sufrimos las consecuencias; erosiona las capas terrestres y luego facturamos con desastres naturales; piden la guerra, luego ruegan a Dios la paz. La exclamación desaprueba esos deseos que el Todopoderoso resuelva los problemas creados por maldad, codicia, indolencia, estupidez; cuando, según las escrituras, él deja las opciones a nuestro libre albedrío. Vale preguntarse: ¿todos podemos usarlo?

El hombre desobedece el “amarás al prójimo como a ti mismo” bíblico, se convierte en un lobo voraz, abusador del poder, destructor de familias por avaricia, fanatismos políticos, religiosos; peca de individualismo, egoísmo, disfruta de banalidades materiales y ciertos gobernantes dan limosnas al pueblo para tenerlo sumiso. Algunos escudan sus malas decisiones —sin principios y valores éticos— en el incondicional perdón divino; otros se amparan en una supuesta inexistencia de Dios; pero en situaciones críticas suplican al cielo aterrados. Jacques Rancière dice: “Lo que responde entonces al fenómeno del terror es bien una justicia infinita, que ataca a todo lo que suscita o que podría suscitar terror. Una justicia que no se detendrá jamás o que se detendrá cuando haya cesado el terror, que por definición no se detiene jamás en los seres sometidos al traumatismo del nacimiento...”.

Hoy la conversa donde mi amigo Rodolfo es sobre el terror constante a una guerra nuclear entre élites geopolíticas, donde su “libre albedrío” decide la destrucción humana. La película Juicio a Dios, ambientada en la Segunda Guerra Mundial, grafica cómo el Creador puso al hombre en la Tierra y le dio libertad para optar entre lo bueno y lo malo. Pero muchos usaron ese “libre albedrío” para el mal, aprovecharse del otro, humillar, explotar, someter sin piedad. Hoy pasa lo mismo.

Las malas decisiones del ser humano nos tienen en forma periódica al borde del infierno. Ante un colapso mayor indudablemente necesitaremos la mano de Dios; pero quizá él ya esté desconectado de todo en Las Bahamas. (O)