La rivalidad entre Estados Unidos y China es un asunto cercano para nuestro diario vivir. ¿Cuál es el campo de batalla central y cuáles sus efectos colaterales?
La tecnología es el centro de esta rivalidad geopolítica, por su impacto en las relaciones de poder, en el futuro del empleo y del consumo a nivel global. Esta se libra en ámbitos como la inteligencia artificial (IA), la computación cuántica, la biotecnología, entre otros. Divide el mundo tecnológico en dos esferas de influencia, obligando a otros países a alinearse con una u otra esfera tecnológica. Entre muchos, presento dos impactos transformadores de esta guerra.
La mezcla de soluciones basadas en IA, la automatización robótica de procesos (RPA) y la mecatrónica representa una ruptura con olas de innovación pasadas. Si la mecanización industrial desplazó principalmente el trabajo manual, la automatización de la gestión del conocimiento amenaza tantos puestos de trabajo, que hace tambalear la lógica fundacional de la economía de mercado impulsada por el consumo.
La biología sintética está creando sustitutos artificiales de materias primas, poniendo en riesgo a las economías del tercer mundo. Lo revelan la creciente financiación de capital de riesgo y las asociaciones de las grandes corporaciones alimentarias con centros de I+D. Son cada vez más los prototipos que ya pasaron del laboratorio a la producción industrial, con costos cada vez más accesibles.
Esta guerra transformaría masivamente el empleo y el consumo. Según el Foro Económico Mundial (FEM), para 2030, entre nuevos empleos y aquellos que desaparecen, el saldo sería positivo de 78 millones de puestos de trabajo, pero el cambio no será uniforme. En el primer mundo, la OCDE estima que el 27 % de los empleos tiene alto riesgo de automatización, con polarización laboral. Los empleos de calificación media disminuyen, mientras aumentan en roles cognitivos de élite y en servicios manuales de bajo salario de difícil automatización. Queda por ver si el rasgo dominante de la disrupción sería el aumento de la productividad humana o su sustitución.
El mundo en desarrollo se enfrenta a la automatización de sus sectores y a la obsolescencia de sus modelos de desarrollo económico. Las dificultades de acceso a la educación de calidad dificultarían la movilidad laboral, aumentando la informalidad. El desafío central y universal es la brecha de competencias: el FEM estima que el 39 % de las habilidades laborales actuales quedarán obsoletas para 2030.
Que contemos con estrategias nacionales que integren la política tecnológica, económica y de seguridad. Que capturemos más valor de las materias primas existentes antes de que la disrupción alcance su punto máximo (corto plazo); construyamos una bioeconomía nacional (largo plazo), centradas en ventajas comparativas únicas de países como Ecuador (su rica biomasa y biodiversidad) y fortalezcamos las redes de seguridad social. Que no descartemos la necesidad de un nuevo contrato social, para una era en la que el trabajo ya no será el principal mecanismo de distribución de la riqueza y ascenso social. (O)