Hace poco, en un viaje a Salinas, venía conversando con un amigo experto en desarrollo humano, alguien que ha acompañado a organizaciones de toda América Latina durante más de 20 años.
En medio del trayecto me compartió una convicción a la que ha llegado luego de décadas de trabajo: “Toda organización es un sistema vivo que atraviesa cuatro estadios: sobrevivencia, seguridad, independencia y trascendencia”. Esa frase me quedó resonando, porque expresa algo esencial: lo más importante para lograr resultados no es intervenir el problema, sino entender el sistema.
En el mundo de los negocios, así como en la política o en la vida social, se suele actuar desde la urgencia, se implementan cambios, se rotan líderes, se diseñan estrategias, pero muchas veces se hace sin entender en qué momento se encuentra el sistema ni cuáles son las necesidades sentidas de sus actores. Esas necesidades no siempre son visibles, están debajo de la superficie, son las que condicionan los comportamientos, las resistencias y posibilidades de transformación.
Todo sistema tiene una lógica, una energía y un ritmo. Por eso, liderar bien no es aplicar fórmulas, es leer el momento sistémico y actuar en consecuencia. Los cuatro estadios que mencionaba mi amigo reflejan esa evolución. Cada uno requiere un tipo distinto de liderazgo:
- En sobrevivencia, domina la urgencia. Hay miedo, fragmentación, desconfianza. Se necesita un liderazgo claro, firme, capaz de sostener, contener y tomar decisiones difíciles.
- En seguridad, el sistema busca estabilidad. El liderazgo debe ser conciliador, capaz de reconstruir confianza y cultura compartida.
- En independencia, la organización ya puede asumir responsabilidad. Se lidera empoderando, desarrollando capacidades y delegando.
- En trascendencia, el sistema se mueve por visión. El liderazgo inspira, marca propósito y deja legado.
El error más común es aplicar el estilo equivocado en el momento inadecuado; querer empoderar cuando la gente tiene miedo; buscar consenso cuando lo que se requiere es dirección; o presionar resultados cuando el sistema aún necesita restaurar seguridad básica. Por eso, el liderazgo no puede ser rígido ni de manual, debe ser situacional, sí, pero sobre todo, sistémico. Esto no solo aplica a las organizaciones, también aplica a los países. Si vemos al Ecuador como un país que ha estado en un sistema de sobrevivencia, queda claro que no bastan discursos suaves ni reformas superficiales. Se necesita un liderazgo firme, ético y lúcido, que comprenda a fondo el sistema actual y escuche con atención las necesidades reales.
Liderar bien es mirar el todo, es entender las relaciones ocultas, las tensiones acumuladas, los miedos y aspiraciones que mueven al sistema, y desde ahí, actuar.
Esa conversación en la carretera me dejó una certeza: antes de diseñar estrategias, lanzar proyectos o implementar cambios, hay que detenerse, observar y comprender; hay que entender el sistema. Porque solo cuando comprendemos las dinámicas profundas, las relaciones clave y las necesidades sentidas de los actores, podemos tomar decisiones que logren los resultados que tanto buscamos. (O)