Tres jóvenes planeaban atentar contra la vida de servidor policial que abatió a supuesto delincuente en Flor de Bastión”. “Menores que asaltaban en un mercado del noroeste de Guayaquil se enfrentaron a la policía”. “Hay jóvenes de 15, 16 y 17 años reclutados por las bandas para ser sicarios…”. Titulares como estos se han vuelto cotidianos y muestran uno de los peores síntomas de la enfermedad grave que afecta a nuestro país.

Según datos del INEC, dos tercios de la población ecuatoriana tiene menos de 30 años. De ellos, tres de cada diez personas viven en la pobreza y algunos en pobreza extrema. Su realidad familiar y social los obliga a trabajar a muy temprana edad, la mayoría en la informalidad.

Dicho de otra manera, el tiempo en que debían estudiar, jugar, prepararse para la vida, transcurre en la calle, sujetos a todas las tentaciones de dinero fácil que se ofrecen a los jóvenes. Así es la realidad, que no pretendo presentar con detalles. Creo, eso sí, que es urgente que como país nos preguntemos qué hacemos, o más bien, qué debemos hacer.

(...) tenemos muchas muestras de que somos un pueblo solidario, cualquiera que sea nuestra realidad socioeconómica...

El tema es complejo, muy complejo y, sin duda, debe ser abordado con una perspectiva interdisciplinaria y especializada, pero hay algo en que, de una u otra manera, todos debemos participar. Los especialistas sabrán plantear un programa de rehabilitación y otro de prevención, pero los ciudadanos podemos pedir, exigir que al menos en este tema haya un trabajo conjunto de todas las instancias del Estado, más allá de las diferencias ideológicas o de intereses partidistas o particulares. La participación de la ciudadanía debe ser de seguimiento y observación para retirar su respaldo a quienes obstaculicen, de cualquier forma, el trabajo rehabilitador. Será necesario, también, que entendamos que quienes están en proceso de rehabilitación o lo terminaron necesitan un espacio saludable en la sociedad en la que deben reinsertarse, si no es así, pronto serán nuevamente presas de quienes necesitan alguien que haga el trabajo sucio.

La prevención es la mejor manera de evitar contagiarse del mal y los ciudadanos debemos pedir con energía que en esto se defina una política de Estado que, como tal, no esté sujeta a los cambios electorales y estar dispuestos a aceptar que en el presupuesto nacional esto sea una prioridad. En nuestro país tenemos muchas muestras de que somos un pueblo solidario, cualquiera que sea nuestra realidad socioeconómica y, probablemente, muchos esfuerzos de la sociedad civil se sumarían a un programa que entendiendo las necesidades, inquietudes y sueños de los adolescentes, contribuirían a proporcionarles medios para formarse para lograrlos. No hay que subestimar, ni desechar, los proyectos deportivos, musicales, científicos o artísticos que podrían ser atractivos y útiles para que se dediquen con toda su energía, con todo su entusiasmo y con todo su tiempo a hacer realidad sus sueños, sin tomar atajos peligrosos.

Podrían proponerse, ser inventores a partir de la robótica, futbolistas como el argentino Lionel Messi, cantantes famosos o, lo que sería mejor, los grandes políticos que necesitamos. (O)