La revista The Economist en una de sus últimas entregas trae un artículo en el que analiza los problemas que está enfrentando la economía de Vietnam. Su presidente debe hacer malabares para sacar ilesa a su nación del enfrentamiento comercial entre los dos gigantes de la economía mundial, China y los Estados Unidos. Ambos rivales son sus principales socios comerciales y gracias a su sagaz política económica ha sabido aprovecharse de ambos.

The Economist en su análisis recuerda que la economía vietnamita ha venido creciendo anualmente a una tasa del seis por ciento, al menos durante la pasada década. Vietnam logró pasar así de una economía agrícola a una industrial y luego de exportación, inicialmente de manufacturas básicas para luego convertirse en un gigante de la tecnología digital. Todo esto en una nación que hasta hace poco estaba aniquilada por sus guerras de liberación colonial, la invasión de una potencia extranjera, la implantación de un régimen comunista y luego un enfrentamiento contra Camboya. Fue al final de esta trágica historia que Vietnam inicia su despegue que la llevará a ubicarse en los próximos años entre las primeras 25 economías del mundo. Un logro gracias a la determinación de su clase política.

La competencia es buena

Para quienes hagan ciertos reparos al régimen autoritario de Vietnam, una historia similar puede encontrarse en el Chile de la concertación democrática. Durante la década posterior a la salida de Pinochet, la economía chilena creció a un promedio (otra vez) del seis por ciento anual, más de lo que había crecido en la década anterior de la dictadura. En democracia, Chile se ha convertido en una nación de economía abierta, próspera y relativamente estable. Nuevamente, fue el acuerdo de sus líderes políticos lo que hizo posible esta realidad. Y al caso chileno se pueden sumar los de Uruguay, Costa Rica y, en cierta medida, el de Perú. Ha sido la fijación de metas ambiciosas y la determinación de sus líderes de alcanzarlas lo que explica, en buena parte, los éxitos de estas y de otras naciones.

Y en general de cualquier empresa. Allí está el discurso del presidente Kennedy en 1962 donde anuncia su visión y compromiso del Gobierno federal de que en una década los Estados Unidos habrán lanzado una nave espacial tripulada que llegue y regrese de la Luna. (“Hemos decidido ir a la Luna, no porque es fácil hacerlo, sino porque es duro lograrlo”). Una meta que parecía imposible y que fue lograda por la determinación de cientos de ingenieros, universidades, científicos y burócratas, todos ellos arrastrados, si se quiere, por alcanzar un mismo objetivo. O el discurso de Winston Churchill de vencer a los nazis en medio de una Londres prácticamente en ruinas. Y así por el estilo.

Nuestro país enfrenta enormes desafíos. Debemos proponernos vencer al crimen organizado y crecer sostenidamente al menos el seis por ciento por los siguientes diez años. Nada de eso será posible sin el compromiso de su clase política y de las élites económicas e intelectuales, para modernizar nuestra economía, fortalecer la justicia y eliminar la corrupción. El discurso del presidente Noboa ha marcado, sin duda, un signo de esperanza. Sin embargo, sin la concurrencia de los otros actores y fuerzas políticas navegando en una misma dirección, nuestro país no saldrá adelante. (O)