En la democracia indirecta que vivimos, el voto es obligatorio. Muchos cumplen el deber porque en todo trámite público se exige el certificado de haber votado. Habría que investigar cuántos cumplen el deber por civismo y preocupación por la suerte de la comunidad. Se entiende que es un acto consciente y cuasi voluntario. ¿Es informado? Allí está el problema. Lo digo por mí mismo. Ya no tengo obligación, pero concurro a votar. En la última elección escogí al que me pareció el mejor candidato. También voté por la lista de asambleístas para darle un “mandato claro” y que la Asamblea no obstaculice su gestión. Pero no conocía a ninguno de los integrantes de la lista. Voté ignorante de mi elección. Me acuso.
Los dirigentes de los partidos y asociaciones políticas son responsables de proponer candidatos para las elecciones. Ellos son los grandes electores. Ya lo decía don Buca cuando alguno de sus diputados quería ser él mismo. “Compañerito, usted me debe el puesto, así que haga lo que le ordeno”, era más o menos su razón.
Estamos sufriendo una Asamblea de las peores que recuerdo. Ignorancia, mediocridad y encima un “nepotismo cruzado” para colocar como asesores a parientes de todo grado de consanguinidad y afinidad. Como saben que en el fondo es nepotismo, tratan de disimularlo haciendo trueque de nombramientos. Doctores en “sapada criolla”. Vivísimos.
Estos legisladores se jactan de representar la voluntad popular y algunos vanidosos se engallan proclamándolo. Orgullosos e ignorantes porque fueron elegidos por los dueños de los partidos y claro que el pueblo los votó, pero en la mayoría de los casos sin conocerlos. Por esta razón, los dueños de los partidos son los primeros culpables de todo este relajo de pipiolos maleducados, de negociantes de empleos, de asesores que no saben las materias sobre las que deben asesorar, que están allí para cobrar su sueldo y tal vez compartirlo con alguien que les exige. El delito de concusión es infame y mezquino. No sería nada raro que, en razón de la baja calidad moral de algunos, todavía se cometa. Significa también que la censura moral debe comprender a los dirigentes culpables de inducir al pueblo a cometer el error de votar por indignos. La propiedad política tiene esos riesgos y debe ser asumida como parte de su responsabilidad.
Los Parlamentos suelen ser hasta circos. Recuerdo a un diputado que un día prendió una mecha de dinamita amenazando con volar el Congreso. El mismo que llevaba un órgano para tocar canciones que podían ser ofensivas. Alguno a quien le habían escrito un discurso y el pobre hombre no podía leer, tal vez porque su mejor virtud era ser un futbolista goleador. Todos los Parlamentos del mundo son cajas de resonancia de apetitos políticos, aunque algunos lo hacen con altura, como cuando Carlos Julio Arosemena era duramente insultado por un rival y no le hizo caso. Simplemente, de manera ostensible, se puso de pie y le dio la espalda.
Exigimos honradez. Ser honrado es cumplir con el deber de manera limpia y sin trampas que algún día se descubren. El problema es que ni siquiera sienten vergüenza, lo cual es el colmo de la pobreza moral. (O)