La semana pasada, el presidente Daniel Noboa anunció la reducción dramática de ministerios y secretarías de Estado. Según esta decisión, los ministerios se reducen de 20 a 14 y las secretarías de 9 a 3, y con ello, la eliminación de cinco mil cargos públicos.
La referida decisión, como no podía ser de otra manera, ha generado reacciones de toda índole. Por un lado, de elogios y aplausos por dar un paso importante en la reducción del tamaño del Estado y del gasto público. Otros un poco mas incrédulos, que ven con buenos ojos la medida, pero con la certeza de que más que una decisión valiente se trata de una imposición del Fondo Monetario Internacional (FMI) para dar un poco de oxígeno a las moribundas arcas fiscales. Y otros, los de siempre, criticando la medida como un atentado al pueblo, inhumana, capitalista, con la consabida amenaza de protestas y paralizaciones.
Como esta columna tiene la intención de aportar con información que no siempre está a la mano del lector, porque no es parte de su vida diaria, porque no le resulta relevante, porque la ha olvidado o simplemente porque es demasiado joven para conocerla, voy a retroceder un poco en el tiempo para tratar de explicar por qué considero positiva y valiente la decisión del presidente.
En enero de 2007, cuando Alfredo Palacio entregó el mando del país a Rafael Correa, el rol de pagos del Gobierno central alcanzaba la suma anual de 3.161 millones de dólares. Contaba con 15 ministerios y 11 secretarías. Así recibió Rafael Correa el Ecuador.
En mayo de 2017, cuando Correa entregó el poder a Lenín Moreno, el rol de pagos del Gobierno se había casi triplicado a 8.790 millones de dólares anuales, con 29 ministerios y 13 secretarías.
Como lo lee, estimado lector, el Ecuador pasó en 10 años de 15 a 29 ministerios, y entre ellos el Ministerio de la Felicidad.
Luego, Lenín Moreno realizó una primera reducción, que se mantuvo hasta la semana pasada.
Pero ¿cuál es la real importancia de esta drástica reducción de ministerios y de puestos de trabajo?
A mi juicio, la decisión del presidente Noboa contiene en sí misma un muy importante mensaje, con diferentes lecturas que van en el mismo sentido: “Mi gobierno va a predicar con el ejemplo”; “Exigimos sacrificios a la empresa privada, pero nosotros también los hacemos”; “Hemos tomado la decisión de reducir el tamaño del Estado, de racionalizar el gasto público, aunque ello pueda ser impopular”; “Vamos a hacer lo correcto, aunque nos cueste votos”.
Así lo veo yo. Así lo ve el mundo. Así lo ven, sobre todo, quienes se levantan todos los días muy temprano a hacer empresa, a arriesgar su patrimonio para generar riqueza, puestos de trabajo y desarrollo; quienes se endeudan para apostar al futuro; quienes se esfuerzan para dejar una mejor vida a sus hijos, para educarlos, para hacerlos ciudadanos de bien; para dejar un mejor país.
Ojalá se siga tomando este tipo de decisiones difíciles, pero indispensables para sacar al país del desastre en que lo dejaron sus antecesores.
Que así sea. (O)