En pocos días conoceremos cuál fue el impacto económico de las recientes fiestas. Cualquier cifra será positiva después de dos años de encierro total o parcial. Aparte del comercio, que en diciembre “hace su agosto”, es probable que en esta ocasión gran parte de la reactivación le corresponda al turismo. Aunque la nueva variante del virus prácticamente cerró las puertas a los visitantes extranjeros, algunas evidencias permiten suponer que se incrementó el movimiento interno. Sería una buena noticia económica, pero cabe preguntarse si también es positiva en términos de la propia rama. Hay que recordar que tanto el actual gobierno como anteriores han visto a esta como una importante fuente de ingresos. Es verdad que el país ofrece playas, selvas, montañas, patrimonios culturales, folclor, en fin, un sinnúmero de imanes para propios y extraños. Pero, objetivamente ¿eso significa que se están haciendo bien las cosas y que todas esas cualidades naturales pueden convertirse en un destino atractivo?

La respuesta se sitúa en el campo de la duda cuando se consideran las condiciones en que se realizan las múltiples actividades que deben confluir para ofrecer las condiciones adecuadas. En primer lugar, el desplazamiento de las personas. Si el turista opta por el transporte colectivo deberá estar dispuesto a la incomodidad, la irregularidad, el maltrato y la inseguridad. Las excepciones en esos aspectos son contadas y demuestran el fracaso de un sistema que se ha ido del control de las autoridades. Si usa el vehículo particular deberá desarrollar toda su habilidad y sus dotes de adivino para descubrir las vías que podrían llevarle a su destino. La ausencia de señales y el paso obligado por el centro de pueblos y ciudades convertirá a la consulta previa a Google Maps en un inútil ejercicio de revisión de una realidad virtual. Los radares para el control de una velocidad que no está establecida le significarán una factura extra, que en muchos casos superará lo presupuestado para varios días, especialmente si se le ocurrió pasar por alguna ciudad en que el cobro está privatizado. Si opta por el avión, tendrá que armarse de paciencia para soportar los retrasos, las cancelaciones, además de pagar precios internacionales por un servicio parroquial.

A lo largo del mismo viaje y sobre todo una vez superada esa aventura, el turista se encuentra con la realidad de los servicios. La primera evidencia serán los baños de las gasolineras, en los que se recomienda no respirar y de los que es preferible no hablar. Alojamiento, comida, espectáculos, facilidades de diversos tipos constituyen la parte medular del turismo. Es la que convoca a volver o la que espanta al viajero. Es innegable que se ha avanzado en la gastronomía, pero las condiciones generales están fuertemente definidas por la capacidad adquisitiva del visitante y no son las adecuadas para un turismo masivo o por lo menos significativo. Finalmente, volviendo al tema de la reactivación económica y de los ingresos para el fisco, hay que averiguar en dónde están los funcionarios del servicio de rentas y sus similares a nivel local para exigir la entrega de facturas. A su regreso, el turista no podrá incluir esos gastos en la declaración de impuestos. El consuelo será que conoció el país profundo. (O)